Al margen de retrasos o promesas incumplidas, el problema esencial que la FIFA ha encontrado en Brasil de cara a la Copa del Mundo 2014 es que los anfitriones se comportan exactamente como el organismo de futbol suele hacerlo, es decir, sin permitir imposiciones, condiciones o críticas.

 

Fue un fin de semana muy particular en tierras amazónicas, al declarar su ministro de deportes que enviará una carta a Joseph Blatter –presidente de la FIFA- pidiéndole cambie a la persona asignada para tratar todo lo vinculado al torneo… Pero sucede que el directivo en cuestión es, de hecho, quien hoy por hoy rige la FIFA: Jerome Valcke, secretario general y más que un lugarteniente para el presidente Blatter.

 

He tenido posibilidad de conocer a Valcke en la relación que permiten las entrevistas con sus chalas previas y posteriores (que tampoco es demasiado) y me da la impresión de que Valcke es un tipo demasiado directo y frontal para lo que suele encontrarse en dichos entornos. Alguna vez se le preguntó en conferencia de prensa por un tema que consideraba mentira y su respuesta fue tan concisa como “that is bullshit!” (“¡eso es una mierda!”).

 

Pero el problema que Valcke ha tenido con la próxima sede mundialista, al margen de su carácter o temperamento, es simplemente que a Brasil no le gusta ser criticado ni recibir plazos: como potencia naciente –y con las paradojas de todo país en vías de desarrollo: gran crecimiento económico, pero temas sociales sin resolver- Brasil exige trato de gigante y no se conforma con menos.

 

Valcke había declarado un día antes que Brasil tiene “que darse un impulso, darse una patada en el trasero y organizar este Mundial. No comprendo por qué las cosas no avanzan. La construcción de los estadios no se está haciendo en los plazos. ¿Por qué tantas cosas están con retrasos? En 2014 tendremos un Mundial. Estamos preocupados porque nada está hecho o preparado para recibir a tanta gente, todo el mundo quiere ir a Brasil”.

 

La presidente Dilma Rouseff no recibirá a Joseph Blatter en su próxima visita, aunque el mandatario de FIFA esperaba aprovechar la ocasión parta que anunciaran juntos la aprobación de dos reglas vinculadas al torneo, ambas en suspenso: primero, que se permita la venta de cerveza en estadios (asunto exigido por el patrocinador de FIFA, pero prohibido en el futbol brasileño) y, segundo, que no habrá descuento en boletos para ancianos (lo que es habituado en esta nación sudamericana).

 

Se habla de un pleito directo entre Blatter y el presidente de la Confederación Brasileña del Futbol (Ricardo Texeira, ex yerno de Joao Havelange, predecesor y mentor de Blatter). Según esta teoría, Blatter y Valcke miden fuerzas con Texeira, aunque es cierto que los retrasos en las obras son incluso más evidentes que los presentados por Sudáfrica cuatro años atrás. Texeira era el mejor parado para sustituir a Blatter en el 2015, lo cual hoy es poco probable, con especulaciones de que el titular de FIFA publicaría documentos que implican al brasileño en temas de corrupción.

 

Sin embargo en el fondo, y al margen de política (que aquí hay mucha), está una situación clara: Brasil no quiere recibir órdenes y FIFA está acostumbrado no sólo a ordenar, sino a ver cumplidas sus consignas.

 

Hacer caso a las autoridades brasileñas y suplir a Valcke luce imposible: precisamente lo que más critica la FIFA son las intromisiones del gobierno en las federaciones nacionales de futbol.

 

¿En dónde parará la crisis? ¿Hasta dónde llegará la tensión? Algunos dicen que el límite en esta lucha de poder es Inglaterra… Sí, que los ingleses estarían felices de ser casa del Mundial dos años después de recibir los Olímpicos y aunque les cayera de rebote.

 

@albertolati

 

 

 

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