Desde el automóvil o del transporte público se puede adviertir que se trata de un rescate urbano importante, después, peatonalmente, constatamos que se trata de un trabajo muy serio y cuidadoso.

 

Gracias al libro “Plaza de la República”, realizado por el Gobierno de la Ciudad de México, a través de La Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda y la Autoridad del Espacio Público, hemos podido revisar con cuidado no solo el proceso de la reciente obra, sino los fantásticos antecedentes que este monumento representa para nuestra historia: de lo que todos tenemos noción pero casi nadie sabemos.

 

En primer término, la historia del concurso internacional organizado en 1897 para construir el Palacio Legislativo Federal, en la expectativa que Porfirio Díaz tenía de conmemorar el centenario del inicio de nuestra Independencia, así como de “dotarnos” con un edificio tan importante para nuestra ciudad como el Capitolio de Washington, ya es sobradamente interesante, porque nos ubica en un conexto histórico claro que nos ayuda a entender y conocer mejor la obra.

 

El relato del concurso es revelador por la información gráfica e histórica que presenta. La participación de arquitectos prestigiados de México y el mundo, la declaración de un primer lugar “vacante” dejando a tres proyectos empatados. Después la determinación de que se construiría el tercer lugar, sin éxito, hasta llegar a la decisión de que se realizaría el proyecto de un miembro del jurado que ya tenía ciertos avances, para que, ante las severas críticas y cuestionamientos que por este fallido concurso se sucitaron, se asignara finalmente el proyecto, en 1902, a un arquitecto de gran prestigio: Émile Bénard.

 

De origen francés, Bérnard trabajó con Charles Garnier durante el proyecto de la Ópera de Paris, se formó en la École des Beaux-Arts, y recientemente había ganado el concurso internacional para construir la Universidad de Berkeley, en Estados Unidos. De acuerdo a la expectativa, Bénard elaboró un proyecto de gran magnificencia, que pese a los probemas de subsuelo y terreno de la Ciudad de México, logró cimentarse y estructurarse en gran medida (con estructura metálica). Para 1911, el predio ya se había consolidado con 17,000 pilotes que cargan una plataforma de concreto sobre la que se desplantaron los primeros emparrillados de vigas de acero procedentes de Nueva York…pero fue en este año 1911 –fin del período porfirista- en que se detuvo la obra por el movimiento revolucionario, quedando abandonada por más de dos décadas.

 

Bénard se retiró del País pero regresó en 1919, y viendo el deterioro de la obra propuso al gobierno de México construir un monumento para honrar a los hombres ilustres…entonces elaboró el proyecto para el Panteón de los Héroes, en el que reutiliazaba buena parte de las esculturas y ornamenteos del viejo Palacio Legislativo, pero tampoco se construyó. De la obra abandonada se utilizaron muy diversas piezas, como figuras de mármol para la fachada prinicipal de Bellas Artes, el águilia de lámina de cobre dorado del Monumento a la Raza, o los leones de bronce de la escalinata principal en la entrada del Bosque de Chapultpec.

 

No fue sino hasta 1932, cuando el arquitecto Carlos Oregón Santacilia buscó al gobierno federal para salvar la cúpula -aparentemente iban a desmontar todo-, que estaba en muy buen estado y plantear un proyecto conmemorativo de la Revolución Mexicana.

 

En este segundo término, ahora veamos a lo que se enfrentó Carlos Obregón Santacilia. Una estructura de acero abandonada durante más de dos décadas con unas proporciones inmensas previstas para la “sala de pasos ocultos” del palacio legislativo, en buen estado y con buena cimentación -no presentaba hundimiento alguno-. Le tomó cinco años erigir el monuento de la Revolución. No fue ni por mucho de sus primeras obras, en su haber ya estaban, por citar sólo algunas, el edificio de la Lotería Nacional (1924) el Banco de México (1926), y el Departamento de Salubridad, hoy Secretaría de Salud (1926), obra que tuve la oportuniad de conocer recientemente y que me impresionó mucho más de lo que hubiera imaginado. Muy resumidamente, Obregón fué un arquitecto que trabajó muchísimo con diversas piedras de cantera, y esculipó una arquitectura de búsqueda, más bien monumental, y que abrió caminos para encontrar nuestra identidad nacional.

 

Las Esculturas de Oliverio Martínez ocupan un lugar muy importante en el relato de esta obra, ya que coronan los cuatro machones que soportan a la gran cúpula. Ganador del concurso convocado por el comité ejecutivo de la gran comisión del Patronato del Monumento a la Revolución, el conjunto de grupos escultóricos exaltan monumentalidad, masividad, tectonicidad, y un afortunado mensaje de corte nacionalista. Tristemente Oliverio Martínez murió al poco tiempo de haber concluido esta obra, con un reconocimiento mucho menor al merecido.

 

Después de 70 años, el monumento envejeció sin mayor mantenimiento y requirió de una importante renovación; lo que podemos visistar hoy es, a saber, mucho más que la ya de por sí magnífica restauración del monumento. Se revitalizó, incorpoando un elevador panorámico que hace posible visitar su interior –ya el Premio Obras Cemex reconoció a La Plaza de la República con el primer lugar en Aceesbilidad-.

 

Se recuperó la plaza y la zona en los primeros tramos de las calles aledañas, con fuentes, vegetación, mobilirario urbano, una iluminación de gran calidad, redefiniendo áreas peatonales y vehiculares, y apostando por la integración del eje que lo conecta con Av. Juárez hasta Bellas Artes. Se reutilizó el espacio inferior para reestructurar el Museo Nacional de la Revolución Mexicana, y se incorporó un estacionamiento subterráneo para 700 vehículos.

 

Con todo, se puede pensar que lo más importante es lo que no se ve aún, y que si no fallan los juicios de valor que ha implementado aquí la Seduvi y la Autoridad del Espacio Público con su probado equipo, en cuanto al uso del suelo, lo que tendremos como resultado en un corto plazo será la tan anhelada regeneración urbana alrededor de la Plaza de la República. Enhorabuena.

 

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