El jueves 8 de septiembre, en Guadalajara, durante la celebración de Congreso Internacional Carfree Cities dediqué la tarde a trabajar en un café cercano al Nodo Colón, en Américas y López Mateos. En cuanto estimé se aproximaba la hora de la conferencia de Chriss Carlson, al interior de uno de los túneles, abrí mi bicicleta plegable y me dirigí al sitio. Uno de los accesos ya estaba cerrado al tránsito vehicular y me fui acercando con sorpresa hasta que la pendiente del desnivel me llevó hacia lo más profundo, sin mayor esfuerzo, y mi rostro mostró una de mis mayores sonrisas. La conquista de un territorio.

 

La conferencia de Carlson se escuchaba poco, pero la lección se transmitía a los que nos hallábamos en ese sitio. Cientos de personas habían llegado caminando y en bicicleta. Nos acomodábamos alrededor de la carabela y la estatua de un Cristóbal Colón mirando hacia las Américas. Hacia un túnel paralelo, los asistentes podíamos observar cómo los automovilistas luchaban por un espacio escaso. Nuestra felicidad era su estrés.

 

En la Ciudad de México, en Polanco, comenzando 2012, nos encontramos con la misma lucha. Por un lado los franeleros protestan contra la instalación de parquímetros, por otro, los automovilistas se enfrentan a nuevas circunstancias, unos se adaptan, otros se enfurecen, otros se resignan y buscan solución a su problema de movilidad. Los fanáticos de los parquímetros celebramos. Caras contrastantes.

 

Dos años atrás, los automovilistas en la Condesa veían con enojo la instalación de bolardos que les quitaban varios espacios de estacionamiento para poner bicicletas que nadie, hasta ese momento, parecía estar dispuesto a usar. Hoy, con apenas una de cinco etapas en operación, mil 200 bicicletas han cambiado la forma de moverse de miles de personas.

 

En 2005 inició operaciones el Metrobús, en la Ciudad de México. Algunos automovilistas se quejaban de la lentitud de Insurgentes, otros agradecían el que se hubiera ordenado el transporte público. Otros incluso comenzaron a utilizar el servicio para traslados dentro del mismo corredor. Una polémica similar se vivió en Guadalajara, entre la añoranza por “la calzada” y una buena aceptación del servicio de Macrobús por sus usuarios, que no se vio reflejada en el ambiente general respecto a este proyecto. Quizá lo mismo ocurra en Monterrey con la Ecovía, en Puebla con la Ruta y en otras ciudades que también están desarrollando este tipo de corredores.

 

En materia de movilidad, las caras son contrastantes. El espacio que tienen unos, lo demandan otros. ¿Somos felices con lo que tenemos? ¿Tenemos las ciudades que queremos? ¿Sabemos qué tipo de ciudad queremos?

 

Me parece que en buena medida las ciudades mexicanas sufren, más que la falta de planeación, la falta de visión. Por un lado, autoridades y automovilistas sueñan con un mundo de autopistas como ciudad estadounidense; por otro, la gente vive y disfruta el poco espacio público bien cuidado que tienen nuestras ciudades.

 

De nuevo, el espacio que tienen unos, lo demandan otros. Ciudades más caminables castigarán la comodidad de quien la vive tras el volante. No es un acuerdo fácil, pero en la medida que tengamos casos exitosos, como el Paseo de Santa Lucía en Monterrey, como la peatonalización de calles en la Ciudad de México o su creciente sistema de bicicleta pública, entonces la satisfacción de vernos en ciudades distintas nos llevará hacia el acuerdo por la distribución del espacio.

 

@GoberRemes