Hoy concluye en Davos la edición 42 del Foro Económico Mundial (WEF por sus siglas en inglés), posiblemente el más ambicioso foro de debate internacional. Cinco días de trabajos que convocan a 2 mil 600 asistentes a un maratón de 260 sesiones de trabajo.

 

Una cita en el resort alpino que este año reunió en el mismo espacio a Bill Gates. Angela Merkel, David Cameron, Timothy Geithner, Ban Ki-moon o Mick Jagger.

 

Pero en 2012, insólitamente, los papeles se invirtieron.

 

No más halagos para el libre mercado.

 

Un tono crítico que marcó el propio Klaus Schwab, fundador del WEF y defensor vehemente de la globalización y sus bondades, en una inesperada intervención en la que lanzó la primera piedra a “un capitalismo decadente que ha socavado toda cohesión social”.

 

Un discurso digno de Ocuppy Davos, que instalado en iglúes en las inmediaciones del foro, protestó contra el “1% de la población” y la forma en la que sus decisiones inciden en el bienestar del “99% restante”.

 

El consenso es claro: Europa es una bomba de tiempo que debe desactivarse, como la describió gráficamente el presidente Felipe Calderón.

 

El cómo fue menos contundente.

 

Europa en llamas

El Fondo Monetario Internacional (FMI) anticipa que la eurozona se encamina a una nueva recesión mientras las deudas de Grecia, Italia, Irlanda, Portugal y Bélgica rebasan largamente el 100% del PIB.

 

La edición 2012 del Foro cambió los roles acostumbrados: las economías emergentes dieron lecciones sobre la crisis a Europa en llamas.

 

La de Felipe Calderón cayó en el simplismo: en 1995, ante la falta de liquidez que aquejó a México, el gobierno del priísta Ernesto Zedillo aplicó un riguroso y profundo ajuste fiscal.

 

El panista olvidó decir a los asistentes que México recibió entonces un paquete de apoyos internacionales por 50 mil millones de dólares que resultaba histórico, sí, pero que es unas veinte veces inferior al que hoy requiere Europa.

 

Y tampoco habló del costo social de las medidas draconianas: entre 1994 y 1996 la población en pobreza extrema pasó en México de 21 al 37% de la población total, y para el cierre del sexenio zedillista, 53% de los mexicanos experimentaban algún grado de pobreza.

 

Los europeos, conocedores de una larga lista de guerras civiles, no aceptarán la medicina amarga de antaño sin chistar. En México, los “indignados” se quedaron en casa. En Europa no, especialmente cuando el desempleo golpea ya a 10% de la población adulta, pero alcanza un lacerante nivel de 49% para los menores de 25 años en países como España.

 

Pero Davos fue el foro idóneo para hacer acto de contrición. La banca internacional, representada por Vikdram Pandit, en su calidad de timón del Citigroup, o Peter Brabeck, presidente de Nestlé, aceptaron la cólera civil y pidieron transformar los reproches en acción. Fácil decirlo… difícil hacerlo.

 

El otro México

El mundo emergente jugó un rol fundamental en leste Foro Económico Mundial. China, India y Brasil serán los grandes motores del crecimiento mundial este año, y México preside al poderoso G-20.

 

La delegación mexicana estuvo conformada por una cuarentena de asistentes.

 

Entre ellos, el priísta Enrique Peña Nieto, quien en Davos recibió la venia del ex presidente Ernesto Zedillo a su carrera presidencial, pero ciudad que le devolvió también los pies a la tierra. En este foro, sin el cobijo del canal de las estrellas, fue simplemente uno más. De las 35 reuniones bilaterales y la decena de reuniones en las que participó, en ninguna destacó. Sus propuestas fueron vagas.

 

Por su parte, el presidente Felipe Calderón regresó a casa con la satisfacción de la presea de Estadista Global del WEF y la satisfacción de difundir al “México de las oportunidades y las inversiones”.

 

Sin embargo, tras los minutos de gloria, la imagen que México proyecta en la prensa europea es la de sus horrores. Y hablar del país es hacerlo de capos, secuestros y matanzas. Esa es su realidad por el momento.

 

El Foro Económico Mundial 2012 cierra sus puertas hoy, y lo hace en busca de un nuevo grial económico, pero sin demasiado apremio. Davos es el eterno encuentro de las ideas… pero jamás lo ha sido de las acciones.

 

 

La montaña mágica

 

Cada año, la Epifanía marca el inicio de un ciclo frenético para Davos, el centro alpino enclavado en el cantón de Los Grisones que alberga desde hace poco más de cuatro décadas al Foro Económico Mundial.

 

Puntual como sus relojes, cada 6 de enero la Confederación Helvética envía de avanzada una misión de 210 militares encargados de garantizar una seguridad perfecta durante los cinco días de trabajos del Foro.

 

Y en las tres semanas posteriores obra la metamorfosis.

 

El termómetro se instala por debajo de los cero grados mientras un tenaz manto de nieve lo cubre todo. Llegó el momento de que 5 mil soldados más sean destacados estratégicamente en círculos concéntricos alrededor del centro de congresos para resguardar la ciudad.

 

El primer día de trabajos, el último miércoles de enero, un déjà-vu se instala entre los habitantes del pueblo. Los hoteles y restaurantes se hallan desbordados y los taxis libres se convierten en un bien tan escaso y preciado como los fondos que aguarda hoy Grecia.

 

Centenares de reuniones, privadas, públicas, bilaterales. Y en los estertores del día también los más acartonados CEO internacionales terminan por desanudarse la corbata alrededor del piano bar de la calle Promenade.

 

En 2012, Davos registró una cifra récord de invitados: 2 mil 600.

 

Y la pregunta de cada año es la misma… ¿Por qué Davos, y no Ginebra o Zúrich para un foro de esta magnitud?

 

Por qué un minúsculo poblado de 254 km2 y apacibles once mil habitantes que carece de la talla e infraestructura necesarias para albergar una reunión de esa envergadura (la prueba clara es que cada vez más actividades se deslazan a la vecina Klosters) se convierte en esa danza de limusinas, helicópteros, aviones privados y abrigos de piel.

 

El espacio aéreo está completamente restringido. Imposible sobrevolar a menos de 30 kilómetros de distancia sin permiso, so riesgo de ser derribado.

 

Un caos que llegó a tal punto que en 2003 el gobierno del cantón de Los Grisones sometió a referéndum local la decisión de conservar en Davos la celebración del Foro o desplazarla a otro sitio.

 

El 68% de los habitantes optó por el “sí”. La explicación es simple: 26% de los ingresos de la ciudad se registran durante el mes de enero.

 

Pero cuando se pregunta a Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial, por qué Davos, con su acento áspero y germánico explica parsimonioso que hace cuatro décadas, cuando era profesor de la Universidad de Ginebra, buscaba crear un foro de debate para empresarios europeos y quería para ello un lugar que invitara a la serenidad y la reflexión. “¿Y acaso existe un sitio más inspirador que esta literaria montaña mágica?”

 

 

 

 

andreaornelas@gmail.com