Le denominan el mayor clásico tanto del futbol africano como del mundo árabe, pero nadie hubiera podido imaginar que su rivalidad llegara incluso hasta las protestas que exactamente un año atrás comenzaron en Egipto.

 

El resto ya se sabe: revueltas en el mundo árabe, Hosni Mubarak se aferró mientras pudo, suplicó le permitieran cerrar su gestión, occidente al principio complaciente y después presionante, salida de Mubarak, llegada al poder de los militares, juicio a Mubarak, y Egipto que sigue hecho un caos con nuevas protestas un año después.

 

Sin embargo, el papel que desempeñó el futbol durante la revolución egipcia fue determinante.

 

Los dos principales equipos de El Cairo son Al-Ahly y Zamalek; su rivalidad es tan célebre en la región que para ver uno de sus partidos, Hamas y Fatah cesaron fuego por un día durante las hostilidades del 2007 en Gaza.

 

De origen el Ahly (traducible como “El Nacional”) fue creado como club contrario al colonialismo británico (aunque su primer presidente, valga paradoja, era inglés). Al cabo de pocos años, prohibió registro a todo aquel que no fuera egipcio y poco a poco se convirtió en el equipo del pueblo, de masas, de clases trabajadoras, pero no sólo en su país, sino más abajo del desierto del Sahara y más allá del Golfo Pérsico. Por ello dice tener más de 50 millones de aficionados.

 

El Zamalek, por su parte, siempre ha sido visto como privilegiado, intelectual y aristocrático. En otra etapa se llamó Farouk en honor al rey egipcio del mismo nombre, aunque cuando tal monarca fue derribado, el equipo tomó la denominación de su barrio: Zamalek.

 

Tan agria resultó siempre esta disputa que al perder Egipto la Guerra de los seis días con Israel, el presidente Gamal Abdel Nasser prohibió el futbol, culpándolo por distraer a sus soldados y población en general.

 

El colonialismo británico empezaba a quedar lejos tanto como el reinado que dio nombre a un equipo, pero Ahly y Zamalek supieron encontrar siempre alguna razón social, religiosa, política, económica, para encender todavía más su derby. En todo caso, eran los dos gigantes de África y a la fecha nadie ha ganado tantos títulos internacionales en ese continente como ellos dos.

 

Tal vez por ello algunos afirman que, pese a la corriente libradora de los vecinos árabes, la revolución egipcia no habría existido si medio año antes su selección califica al Mundial de Sudáfrica. De hecho, cuando Argelia los eliminó, el propio hijo mayor de Mubarak fue quien calentó a las masas que terminaron atacando la embajada argelina: “¡Tenemos que levantarnos! ¡Esto es suficiente! ¡Suficiente! Egipto tiene que ser respetado. Somos egipcios y mantendremos nuestra cabeza alta. Todo aquel que nos insulte tiene que ser golpeado en la cara”.

 

A Mubarak nunca le había agradado el futbol, pero conforme brotaban problemas en su pueblo, aprendió a tomarle cariño. En el 2006, justo después de unas controvertidas elecciones -prisión incluida a un rival- Egipto albergó la Copa África de Naciones. Con las protestas a punto de brotar, el dictador empezó a acudir regularmente al estadio (jugara Ahly o Zamalek) y visitaba a menudo a la selección nacional.

 

Todo salió perfecto para sus planes: el país unido festejando goles y la selección coronándose con Mubarak en la tribuna en cada partido. Tanta euforia que su régimen pudo implementar el mayor incremento en precios de comida y nadie se quejó. Era el momento ideal.

 

Ahora bien, ¿Qué tiene que ver todo lo anterior con la revolución egipcia? Pues que la plaza de Tahrir, un año atrás, fue también una extensión de la rivalidad Ahly-Zamalek. Los aficionados del Ahly –e incluso algunos jugadores- encabezaban cantos de protesta utilizando hasta los tambores y banderas que suelen llevar al estadio.

 

El club Zamalek, mientras tanto, fue el único que quiso mantener normalidad durante aquellos días. La liga egipcia ya estaba suspendida, mas el Zamalek seguía aferrado a entrenar como si nada sucediera en las calles. Por supuesto que la generalización no cabe; sí hubo futbolistas del Zamalek presentes en la revueltas, pero es demasiado curioso que el estereotipo de un derby se haya trasladado con tanta facilidad a una revolución: Ahly = oposición, Zamalek = establishment.

 

Un año después, envueltos en pocas certezas y nuevas protestas, la incógnita es cómo será la relación del régimen religioso con el futbol.

 

Los Hermanos Musulmanes incluso anunciaron en diciembre que les gustaría estar representados por un equipo de primera e insisten en que el futbol es sano. “Los deportes florecieron en la era del Islam, entonces ¿Por qué no podrían seguir bajo un régimen islámico?”, explicaba el vocero de la Hermandad, Mahmoud Ghozlan.

 

Pero los salafistas, segundo partido con más escaños tras la votación, son relacionados con el Jeque Al Huweni, quien declarara: “Toda diversión es vana salvo por el jugar de un hombre con su esposa, su hijo y su caballo. Entonces, si alguien se sienta frente a la televisión a ver futbol o algo parecido, está incurriendo en diversión vana. Tenemos que ser una nación seria, no una nación que juega. ¡Dejen de jugar!”.

 

¿Será que sólo contra el salafismo o el islamismo más puritano y extremo, se unirían Ahly y Zamalek? Probablemente, aunque pronto hallarían alguna nueva razón para seguir convirtiendo en cosa más compleja sus partidos de futbol.

 

Por lo pronto, el derby que se convirtió en revolución ahora es revolución que se reconvierte en derby, porque los nuevos cánticos del Ahly tienen mucha mención del papel desempeñado por sus aficionados en Tahrir un año atrás, al tiempo que acusan al Zamalek de ver para dónde sopla el viento político a fin de volver a acomodarse.

 

@albertolati

 

 

 

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