El día de hoy la Comisión Europea decidirá si procede o no, el castigo a Hungría por desbordar su nueva Constitución sobre las prohibitivas zonas comunitarias que desde hace 50 años acordaron los fundadores y refrendaron en Maatricht en 1992: intervención sobre el Banco Central, control desaforado sobre el poder judicial por parte del Ejecutivo, ingeniería en las leyes electorales para favorecer la permanencia en el poder de un solo partido y reducción del radio de libertad de prensa.

 

El gobierno húngaro de Viktor Orbán, conocido en los medios de comunicación pro comunitarios como Viktadura, se ha convertido en otro de los típicos y recurrentes casos de nacionalismo etnocéntrico que trastoca el sistema nervioso de Bruselas, sede de la Comisión Europea. (Uno de los últimos y polémicos casos (2006) fue el gobierno de los gemelos polacos Kaczynski).

 

Pero, al parecer, Orbán no solo ha despertado las alarmas en Bruselas, también excitó a grupos de derecha radical (húngaros) en los que su figura ha generado aversión. Para éstos, la desgracia de Hungría no cesa. Primero fueron los turcos los invasores, posteriormente fueron los austriacos y ahora la Unión Europea. A estos grupos les molesta el ultimátum impuesto por la Comisión Europea al gobierno de Orbán, sobre el préstamo que daría el FMI, entre 15 mil y 20 mil millones de euros: o echa para atrás la nueva Constitución o habrá sequía monetaria.

 

Abogado de formación, Orbán fue miembro fundador del partido conservador Fidesz (Federación de Jóvenes Demócratas). A los 26 años de edad comenzó su carrera política como disidente del régimen comunista. Su nombre comenzó a deslumbrar cuando intervino en el entierro del ex primer ministro Imre Nagy quien fuera asesinado tras liderar el alzamiento de 1956 contra Moscú, para reclamar la convocatoria de elecciones libres y la salida del ejército ruso de Hungría. Viktor Orbán negoció la entrada de Hungría a la OTAN y a la propia Unión Europea.

 

En 2002, Orbán recibió un revés por parte de los socialistas lo que llevó a su partido Fidesz a la oposición durante ocho años. Su regreso al poder, con la confianza que le dieron el 53% de los votos, lo hizo bajo los rasgos de un líder autocrático: intolerancia hacia la oposición y hacia sus críticos, mutación de su perfil eurocéntrico al etnocéntrico y proclividad a asimilar los dictados de grupos de extrema derecha.

 

El partido Jobbik podría ser el ganón del rio revuelto en el que se ha convertido Hungría. Su perfume ultranacionalista hipnotiza a cabezas rapadas, ancianos anticomunistas, jóvenes con ornamento gótico, obreros y aristócratas, es decir, su amplio espectro es similar al de Marine Le Pen y su Frente Nacional en Francia. Orbán ya ha recibido peticiones de estos grupos para que realice un ejercicio un referéndum sobre la permanencia de Hungría en la Unión Europea.

 

En realidad, desde 2004, año en que Hungría entró a la Unión Europea, la situación económica ha mejorado sustancialmente. La inversión extranjera se multiplicó por varios dígitos. En particular la industria pesada se vio beneficiada por las deslocalizaciones. De Francia y Alemania llegó dinero de sus principales compañías automotrices.

 

Lo que también es cierto es que las crisis económicas despiertan celos étnicos. La soberanía, ese elemento de fácil mutación al terreno de la manipulación, se convierte en aglutinador social. Orbán lo sabe y se encuentra entre seguir los dictados del partido Jobbik o los principios liberales y democráticos de las instituciones europeas.

 

Hoy, la viktadura húngara podría recibir un castigo que despierte más odio entre los grupos radicales.

 

 

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