Carretera pegada a los Andes; sinuoso camino por el noreste de Argentina; trayecto de Mendoza a San Juan que recorremos a pocos días de comenzar la Copa América en junio del 2011.

 

Hemos pasado por el Santuario de la Difunta Correa, donde abundan las ofrendas hechas por equipos y jugadores en ruego o agradecimiento; hemos intentado entender la compleja topografía de rivalidades del futbol argentino al visitar estadio, tras estadio, tras estadio, y escuchar en cada uno explicaciones de amor a los colores propios y odio a los rivales; hemos visitado el cuartel en el que la dictadura militar desaparecía y torturaba gente, a escasas cuadras del escenario en el que al mismo tiempo se jugaba un Mundial en 1978; y hemos entendido que aquí, a diferencia de en Barcelona, y en Bangkok, y en Managua, y en Tbilisi, y en Doha, y en aldeas cuyo nombre pocos conocen, Lionel Messi no es ídolo.

 

Situación difícil de comprender: es el país más futbolero y en sus tierras ha nacido otra vez (como antes Alfredo Distéfano y Diego Armando Maradona) el mejor futbolista del planeta, pero aquí la idolatría no es para el pequeño mediocampista del Barcelona.

 

El eterno cruce de un ferrocarril frena nuestro andar y nos da un espléndido pretexto para asomar el rostro por la ventana, bajar del coche, caminar unos metros y empezar a grabar un partidito de futbol en el que participan humildes niños de diversas edades. Cruza el ganado por el área grande, grita indicaciones cual entrenador el panadero que por ahí pasa en bicicleta y nosotros decidimos estacionarnos para apreciar con calma el momento.

 

Uno de los niños nota el escudo de Televisa e imita al Chapulín colorado dándonos pauta para abrir plática.

 

‒¿Cuál es tu jugador favorito?

 

‒Tévez. Riquelme. Ortega. Y el Diego.

 

‒¿Messi no?

 

‒Y él no es como nosotros. Él lo da todo por Barcelona, viste, no por nosotros, la Argentina. Allá juega rebien, con la Argentina no es lo mismo.

 

Una señora nos permite entrar a su maltrecha casa, todavía con evidentes daños del último terremoto en tan telúrica zona. Mismo tema, después de que insiste más allá de la amabilidad que nos quedemos a probar los ravioles.

 

‒¿Messi tendrá una buena Copa América?

 

‒Y espero, pero el mejor es Tévez…

 

‒Pero Messi es un jugador impresionante, ¿por qué no lo quieren?

 

‒Y porque Messi nos traicionó, no quiso venir a un juego de la selección que se hizo aquí en San Juan. Y no vino porque no nos entiende. Mirá… No es un pibito como los míos, Messi no sabe lo de las villas (alusión a las villas miseria, como se denomina a las localidades con peores condiciones de vida en Argentina).

 

Como esas dos entrevistas escuchamos muchas más.

 

En resumen, que no se le perdona su procedencia clasemediera, ni que la comida nunca faltó ‒ni hubiera faltado, futbol al margen‒ en su casa, ni que el futbol no fuera su único escape de las peores condiciones de vida. Y sobre todo, no se le perdona semejante nivel de adaptación a Barcelona, donde vive feliz, brilla, pertenece cual miembro de familia al equipo más exitoso de la historia.

 

Maradona emergió como icono de la patria argentina en un momento en el que el país se había resignado a que ya no era, como décadas antes aseguraban sus políticos, la octava potencia del mundo.

 

Fue la reivindicación de lo más humildes de su pueblo, aunque se dice que sus carencias económicas han sido todavía más dramatizadas y exageradas a fin de convertirlo en la representación del pibe que llega a dios del balón.

 

En ese modelo se ha intentado encasillar a las posteriores estrellas del futbol argentino, aunque en muchos casos, como Ortega y Tévez, sin necesidad de exagerar contextos u orígenes.

 

Vemos al Messi que se divierte en el Barcelona, que ahí sigue jugando cual niño, y luego lo observamos con rictus tenso en la selección argentina, intentando ser todo, retrasándose incluso lejos de donde hace daño a fin de tomar cuanto antes la pelota. Una paradoja que juegue como alegre infantil en el sitio en el que se hizo adulto y como veterano harto en el lugar donde jamás ha vivido desde que emigró antes de la adolescencia.

 

La última semana dijo que le gustaría cerrar su carrera jugando en Argentina. Para eso faltan muchos años y más glorias, pero quizá sólo entonces Lionel entienda al pueblo del que jovensísimo salió pero en el que, a la fecha, no ha sido profeta.

 

 

@albertolati

 

 

 

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