El tiempo, desde épocas inmemoriales, guarda un ritmo cíclico. De ahí que año con año generemos una serie de ejercicios que nos permiten reconsiderar lo pasado, aquello que nos ha acontecido y, por otro lado, proyectar eso pasado para hacer espacio al futuro, arrojar hacia lo desconocido la espera y configurar aquello que aguardamos. Siguiendo el ánimo de este ritmo, propongo una serie de reflexiones sobre el año que termina, un convulso 2011 que ofreció multiplicidad de acontecimientos que merecen un breve recorrido que no quisiera sino considerar en su trazo los rasgos de una figura cuyo contorno será siempre reconfigurado a través de la interpretación de lo que es este “jardín de senderos que se bifurcan”.

 

El mundo atravesó una reconfiguración geopolítica sin igual cuyas consecuencias e impactos empezamos apenas a digerir lenta y dubitativamente. Hace ocho años se iniciaba la guerra en Irak, al día de hoy vemos a los últimos soldados volver a casa. Una década atrás fuimos testigos de aquel acontecimiento que transformaría las relaciones globales y la política interna estadunidense: el atentado del 9/11. Este año, finalmente y después de haberse convertido en la obsesión del régimen, Osama está muerto. Una foto dio la vuelta al mundo: en ella se observaba al equipo de seguridad de Obama, al presidente y a Hilary Clinton mientras observaban atentos y asombrados la operación en tiempo real llevada acabo para capturar al principal terrorista en el mundo. A la semana siguiente la portada de The Economist afirmaba: “Ahora, mata su sueño” (Now, kill his dream).

 

 

Por otro lado, nuestro año ha sido testigo de acontecimientos que han significado el radical cuestionamiento de regímenes políticos por años anquilosados, su escenario principal Medio Oriente y su temporalidad el de una estación: la primavera. Túnez, Egipto y Libia han derrocado a gobiernos dictatoriales y todos ellos se encuentran en una faceta de transición política no falta de complejidades. Las protestas se han extendido por el mundo árabe a Yemen, Jordania, Siria y Bahréin aún con ambiguas y distintas probabilidades de éxito. Nadie hubiese pensado que un acto individual de indignación en contra del abuso de la autoridad – el acto por el cual Mohamed Bouazizi se prendió fuego en una plaza pública en el poblado tunecino Sidi Bouzid– hubiese significado el levantamiento de miles. La caída de Zine el-Abidine Ben Ali en Túnez significó para la primavera árabe la confirmación de que regímenes autoritarios y dictatoriales podían ser removidos por el activismo político de una ciudadanía disconforme. Los tunecinos lograron derrocar un gobierno que duró 23 años en el poder. Doce días después de que el Ben Ali había escapado, se reunían ya alrededor de la plaza Tahir en Egipto miles de manifestantes que promovían el fin del régimen de Hosni Mubarak. Contra el escepticismo de la mayoría y enfrentando un recrudecimiento del uso autoritario de la violencia, las protestas en Egipto consiguieron derrocar a un gobierno aferrado durante 30 años al poder. Durante tres semanas protestaron un total de 4.5 millones de egipcios, 8% de la población mayor a 14 años (Andersen, Time, Dic 2011). Los levantamientos habrían triunfado, queda ahora suspendida en el aire sobre si estas naciones tendrán la capacidad para asentar en su territorio formas de gobierno democráticas. El mundo ha volteado a ver a Medio Oriente y su presencia geopolítica será de vital importancia en los próximos años, una verdadera batalla por decantar los ideales del levantamiento y el sinuoso camino de su articulación sigue su rumbo.

 

 

De la primavera árabe queda aún por digerir el impacto y la utilización de las nuevas tecnologías, especialmente de las redes sociales y el internet. Sin embargo, más importante aún, la lección de lo que significa ahora ese sujeto colectivo que encabezó las revueltas y que hizo de la lucha por la dignidad su común estandarte. Desde 1927 la revista Time escoge a un personaje del año y mientras el año pasado era Zuckerberg quien había ganado la portada, ahora dicho lugar lo ocupa no un individuo específico sino un sujeto colectivo anónimo: el manifestante (the protester). Gesto simbólico que supone mas allá de la noticia anual un verdadero giro en la forma de entender la política: hace dos décadas se proclamaba el colapso de la historia y su narrativa, quedaban a flote los individuos segregados y perdidos entre los retazos de aquel navío encallado. La sociedad altamente indiferente y encerrada en las lógicas individualistas de un consumo narcisista, fue la triste protagonista de un escenario que ya había tejido la cobija mortuoria de la historia. La primavera árabe, así como la globalización de las formas de protesta alrededor del mundo –de Londres a Chile, de Medio Oriente a Wall Street– muestran el giro de tuerca que lleva a preguntarse una vez más sobre la preeminencia de lo público y el rol que estos espacios y sus colectivos de habitantes-ocupantes jugarán en la reconfiguración de lo político. De las fotos de orgullosos individuos nos trasladamos al reconocimiento del colectivo, sus afecciones y los conflictos que entraña la lucha por una dignidad denegada.

 

 

El movimiento de los indignados en España reactiva este sentimiento de desarraigo, sin embargo entre una población radicalmente distinta a aquella del Medio Oriente, en la mayoría de los casos perfiles de clase media alta con un buen nivel de educación que pugnan no ya por la autonomía democrática de su nación, sino son movidos por un desencanto generalizado. Estos movimientos, así como sus secuelas en EU, Gran Bretaña, Chile y más de ochenta países, hacen visible dos de las grandes preocupaciones que atraviesan el planeta a lo largo del 2011, los espectros que con su asedio han desquiciado el orden de supuesta normalidad en el que habitó una década sumergida en la autocomplacencia. En primer lugar, el resquebrajamiento del sistema político, el cuestionamiento de las formas de representatividad democrática y el surgimiento de nuevas formas de organización horizontales mas cercanas a los modelos de una democracia deliberativa. Por otro lado, el tajante rechazo al modelo económico, el trazo de sus límites, la incapacidad de esta maquinaria económica de proveer de empleo y la descalificación de aquellas decisiones que una élite toma para regir los mercados mundiales.

 

 

Tanto en la esfera del orden de representación democrática, como en el mundo de la economía, los diferentes movimientos sociales hacen ver también una crisis en el liderazgo político a nivel mundial, así como una falta de determinación política. Muchas son las escenas que han puesto en evidencia la imposibilidad del acuerdo, la renuencia a tomar decisiones en el momento adecuado y en virtud de los fines acertados. Un año complicado para las negociaciones entre el Congreso y el Ejecutivo estadunidense, tanto en la discusión sobre el plan de seguridad social y médica, el choque de los partidos en torno al límite de la deuda, el cuestionado proyecto de empleos de Obama, la batalla alrededor de los posibles recortes en el ejercicio del gasto público o el cobro de impuestos. Del otro lado del atlántico el viejo mundo deshilvana otra discusión que pareciera tejerse cual Ariadna. Los líderes europeos se han enfrascado a lo largo de todo el año en una cuestión que aún no encuentra suelo firme y mantiene mientras tanto a la deriva a naciones enteras. Se orquesta una titánica lucha entre el modelo alemán y el francés para salvar al euro y la integridad de la Unión. Políticos como Berlusconi o el primer ministro griego han hecho galantería de la inacción y su falta de decisión ha puesto en riesgo la viabilidad de sus países. No se quedan atrás los fracasos en leyes internacionales que buscaban proteger al medio ambiente y disminuir el calentamiento global. En los últimos días se habla de la desacreditación del protocolo de Kioto, entre otras cosas por los magros alcances que ha tenido a la fecha y, especialmente, por la salida de Canadá.

 

 

Así, la marea de un año nos lleva aún sin haber digerido sus consecuencias a uno nuevo. Los puntos de esta constelación creada por algunos puntos luminosos del 2011 podría guiar el camino de quien navega a oscuras. Será necesario estar a la escucha y nutrir el espacio de incertidumbre con las interpretaciones de lo pasado, siempre atentas a emerger transfiguradas por lo que aún nos depara, frente al umbral de un año aún sin rostro.

 

 

* Filósofo. Director de Contorno, Centro de Prospectiva y Debate. Twitter: @oem79

 

 

Lecturas recomendadas:

 

“The Year in Review”, Time, noviembre 2011

 

“The Protester”, Time, diciembre 2011

 

“100 Top Global Thinkers of 2011”, Foreign Policy, diciembre 2011.