Difícil dirigir a un equipo que antes fue más y, como siempre sucede, sufre al admitir la caída a menos; difícil trabajar en una institución intervenida judicialmente por una deuda estimada en 15 millones de dólares; más difícil aún, cuando los resultados dejan de cuajar, cuando el futbol se hace aburrido, cuando la tribuna ya vive tensa, cuando todo es tormenta.

 

Ahí está el mexicano Javier Aguirre, en un delicado momento al frente del Real Zaragoza: ocupa el último sitio de la clasificación y atraviesa una terrible racha de ocho partidos sin ganar.

 

Por supuesto que en su primera campaña con el Osasuna, la 2002-03, vivió circunstancias similares y logró salvar al equipo para años después incluso ponerlo por histórica ocasión en la Champions League, pero en España no está clara su continuidad con el cuadro aragonés.

 

La crónica del ibérico Diario As relativa a la derrota del Zaragoza a manos del Mallorca usaba estos fuertes términos: “la cosa sólo alcanza para una esquela y ese género periodístico tan resbaladizo que es la necrológica”.

 

Asumiendo que esta problemática va mucho más allá del simple entrenador, la directiva zaragocista ha ratificado a Aguirre en el cargo, aunque en este oficio eso garantiza poco: todo despido en el futbol viene precedido de un voto de confianza. Se especula que la crisis económica que atraviesa el club puede llegar a frenar el eventual cambio de director técnico: evitar pagar la indemnización que implica romper un contrato.

 

En todo caso, Aguirre es el mismo o al menos lo intenta: el que gesticula histriónicamente en la banca, el que habla sincero con la prensa, el primero en admitir la fragilidad de su permanencia y el que pretende inspirar un cambio, aunque sus declaraciones del sábado pasado hablando de que en el equipo se respira “tranquilidad y vitalidad” dan para muchas dudas.

 

A su lado, dos mundialistas mexicanos, Efraín Juárez y Pablo Barrera, habían llegado al Zaragoza urgidos de por fin mostrarse en Europa tras dos años de muy poco jugar en el Celtic escocés y el West Ham inglés, respectivamente.

 

Sin embargo, los dos ex Pumas han dispuesto de muchos minutos y sus desempeños siguen debajo del que se les conoce: Barrera no tiene el desequilibrio que le hemos visto en la selección y Efraín luce inseguro, pero también debemos entender que el Zaragoza empieza a quedarse pequeño para la primera división y sufre para puntuar contra casi todo rival.

 

En medio de tantas dudas e incertidumbres, los maños visitarán este sábado al club amado por Javier Aguirre cuando era niño: el Athletic de Bilbao. Será en tierra vasca el último partido antes de la pausa invernal y posiblemente la última ocasión de la que disponga el vasco para aferrarse a ese banquillo.

 

En todo caso, es evidente que dirigir a un equipo con tan comprometida situación no formaba parte del plan de carrera post-Mundial 2010 que se había trazado el ex seleccionador mexicano. Una vez ahí, deberá halar fórmula para alejarse de tan temible precipicio.

 

@albertolati

 

 

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