Personaje irrepetible por donde se le analice: nunca habrá alguien siquiera similar en el deporte.

 

Ahí está en España 82 caminando con sus imponentes 193 centímetros de estatura. Rostro barbado de gesto férreo. Mirada melancólica y altiva. Piernas virtuosas que no se desgastan en correr, que esperan pacientes el momento de recibir balón para crear.

 

El mediocampista brasileño Sócrates fue atípico desde el nombre, pero a esa altura se comportó: su futbol era la expresión más estética, él mismo se calificaba como artista y no como atleta (más tarde pintaría, haría música y dejaría a medias una novela); su vocación médica aderezaba más al individuo que retrasó el debut para estudiar y dio consulta al retirarse; su ideal tenía profundos cimientos, al nivel de haber fundado la primera “democracia futbolera”.

 

Fue a principios de los ochenta en el club Corinthians. El liderazgo, la capacidad político-intelectual del Doctor Sócrates, convencieron a sus dirigentes a hacerse a un lado y permitir a los jugadores decidir. Se denominaba al experimento “democracia corinthiana”: votar para cuestiones administrativas, logísticas, físicas, técnicas, y el equipo respondió a esa libertad con un bicampeonato pero, sobre todo, tambaleó desde su posición a la dictadura militar brasileña que gobernaba desde los preceptos opuestos… Y él, devoto del Che Guevara y bautizando a su hijo Fidel, banda a la cabeza clamando “justicia”, siempre mezclaba en su discurso ideología, deporte y coherencia: “Regalo mis goles a un país mejor”, “Ganar o perder pero siempre con democracia”.

 

Cuando en el Mundial 82, Italia derrotó al último Brasil verdaderamente exquisito y todo arte, Sócrates mantuvo dignidad, “Perdimos. Peor para el futbol”: que nadie se deprimiera, jugando así, muriendo con la propia, es válido caer.

 

Jugó como quiso que fue de la única forma como sabía hacerlo. Sólo llegar al cerradísimo futbol italiano decidió regresarse a Brasil: mejor cobrar menos y disfrutar. Ante nada se sobajó o humilló, sus ideales siempre caminaron por delante y por encima de toda opresión… Pero con el alcohol, este médico no pudo: la bohemia le cobró factura y a los 57 años falleció.

 

Un grande en todo sentido. Un genio. Un personaje irrepetible al que no hay mejor forma de honrar que recordándolo, sí, como fue en la cancha (imponente, barbado, virtuoso, cerebral) pero, también, no olvidando por lo que gritó fuera de ella: libertad.

 

@albertolati

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