Los objetivos más importantes que habría que plantear cuando se discurre sobre temas relacionados con los derechos humanos son: el fortalecimiento del concepto universalmente aceptado de dignidad humana y el respeto a la diversidad; el fomento de la conciencia de la existencia del otro y de nuestro derecho a ser diferentes; el respeto a las ideas de las personas aun cuando sean contrarias a las que personalmente sustentamos; e inspirar e infundir valores orientados a la búsqueda de la tolerancia como norma de convivencia, como principio ético y valor moral, o al revés.

 

Para algunos, el termino tolerancia proviene del sustantivo latino tolerancia que se traduce literalmente como sufrimiento, acción de sobrellevar, soportar o resistir; para otros, proviene tolerare, soportar, disposición que inclina a soportar los defectos o los errores ajenos. La intolerancia significa la propensión a perseguir o forzar a los que no comparten las mismas opiniones religiosas o filosóficas.

 

El término se generalizó en el contexto de las luchas religiosas, a partir de las cuales se le entendió como la coexistencia pacífica entre varias confesiones religiosas. Actualmente se extiende a lo político, étnico, cultural y sexual. En el marco social, se le relaciona con las distintas formas de convivencia y comunicación entre personas, grupos o instituciones. Se le considera una actitud o situación de indulgencia, como una disposición de espíritu o regla de conducta, o como una forma de respeto y consideración.

 

Así, el concepto, en principio, no parecería ser el más adecuado para significar la aceptación, el reconocimiento del otro, de los demás –la otredad-, porque significa sufrimiento, llevar con paciencia, “soportar”. Sin embargo ,la palabra ha sido el emblema de una forma cierta de libertad desde las primeras luchas que el hombre y las sociedades emprendieron en el pasado.

 

Desde entonces, la tolerancia fue entendida como la coexistencia pacífica entre varias confesiones religiosas y actualmente se le entiende como la coexistencia pacífica de todas las posturas posibles no sólo en materia religiosa, sino también entre grupos étnicos o sociales con un patrimonio cultural distinto, estructuras idiosincráticas diferentes, condiciones sociales diversas, etc.

 

Su realización significa que ninguna violencia, inquisición jurídica o policial, disminución o pérdida de derechos o cualquier forma de discriminación, vulnere la esfera de derechos del ciudadano a causa de sus convicciones, ideas, creencias, preferencias, etc. De manera que la tolerancia no significa la mera permisividad que garantiza una mínima convivencia; no implica indiferencia ante la verdad y los valores; no supone aceptar que cada uno tiene su forma propia de pensar; no se reduce a afirmar que se respetan las opiniones ajenas, aunque no se les preste atención.

 

Por tolerancia debemos entender respetar al otro, pero no en sentido de indiferencia sino de reconocimiento.

 

La tolerancia debe convertirse en una virtud. Implica una forma de encuentro; significa no sólo “aguantarse” mutuamente; va más allá puesto que intenta captar los valores positivos de la persona tolerada a fin de enriquecerse mutuamente.

 

Frente a la tolerancia surgen conceptos opuestos: el fundamentalismo y el integrismo, las dos formas más evidentes de intolerancia. El fundamentalismo, que se identifica con el fanatismo, aparece cuando se pretende imponer unas ideas a quien no lo desea.

 

Villoro señala que “es intolerante quien impone sus opiniones a los demás, pero también lo es quien pretende imponer a los demás la obligación de no creer en nada”. La “intolerancia es algo mucho más profundo, que está en la raíz de fenómenos como el fundamentalismo, el integrismo, el racismo. Estas son posiciones teóricas que presuponen una doctrina. La intolerancia se plantea antes de cualquier doctrina. En este sentido, la intolerancia tiene raíces biológicas, se funda en reacciones emotivas a menudo superficiales: no soportamos a los que son diferentes de nosotros, porque tienen la piel de un color diferente, porque hablan una lengua que no comprendemos, porque practican una religión que no es la nuestra, porque se hacen tatuajes, etcétera”.

 

Así, la intolerancia más peligrosa es la que surge en ausencia de cualquier doctrina, por eso no puede ser criticada y reducida con argumentos racionales. De ahí que Popper sostenga la tesis de la intolerancia a los intolerantes, lo que llama “la paradoja de la tolerancia”. Afirma que si extendemos la tolerancia ilimitada a aquellos que son intolerantes, si no estamos preparados para defender a una sociedad tolerante contra los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia. Consecuentemente, y bajo ciertas circunstancias -para él- resulta legítimo invocar el deber democrático de “no tolerar a los intolerantes”.

 

Eco sostiene que cuando aparece un intolerable inaudito, el umbral de intolerabilidad ya no es el que fijan las antiguas leyes y debe legislarse de nuevo. Desde luego, hay que estar seguros de que el consenso sobre el nuevo umbral es lo más amplio posible. Con todo, sostiene, ahí está el desafío: educar en la tolerancia a los adultos que se disparan unos a otros por razones étnicas y religiosas, es tiempo perdido. “Por lo tanto, la intolerancia salvaje se ataja de raíz, a través de una educación constante que empiece desde la más tierna infancia, antes de que se escriba en un libro y antes de que se convierta en costra de conducta demasiado espesa y dura”.

 

Por ello, la tolerancia es una virtud que conduce al respeto, la apertura y el reconocimiento del otro en cuanto otro. La dignidad de la persona humana en l