Después de un largo tiempo que no permitía más que imaginar un cráter incierto y desierto en el Paseo de la Reforma, finalmente ha comenzado a advertirse el ágil surgimiento de la Estela de Luz.

 

Resultado de un concurso de ideas al que se invitaron sólo a algunos arquitectos (se debió haber invitado a todos), y que pretendió obtener un monumento conmemorativo al Bicentenario en forma de “arco”, la propuesta elegida por el jurado -altamente calificado- fue un proyecto firmado por 24 arquitectos en el acta del concurso, que se destacó por un doble mérito materializado en un polémico elemento vertical (que no arco sino “estela de luz”), y en un diseño urbano muy cuidado mediante una plaza que puso en primer plano la recuperación del espacio público, hoy comprometido por el automóvil y por el circuito interior. Dicha plaza, que volvería a unir a Reforma con el Bosque de Chapultepec fue un acierto reiterado por varias de las propuestas presentadas a concurso, pero se convirtió en una segunda etapa que hoy se antoja desafortunadamente complicada o de improbable realización en el corto plazo.

 

Perfectamente alineada en paralelo con el eje de Reforma, la estela constituye una pieza que por sus proporciones de esbeltez sin precedentes en el mundo -3.66 x 9.15 x 117- , nos obliga a pensar que lo más relevante está en la proeza de su ingeniería y en su procedimiento constructivo: 6 pilas de 50 metros de profundidad además de sucesivas capas de muros de contención que controlan el nivel freático del terreno; 8 impecables columnas de acero inoxidable “dúplex” (de origen finlandés) de un espesor tal, que solo pudieron fabricarse en Italia; “super-páneles” formados por 24 piezas de cuarzo de Brazil de 1.50 x 0.75 que protagonizan “la piel” tersa de la Estela de Luz, o sofisticados mecanismos de iluminación registrables y prácticamente invisibles, hacen que la obra se distinga además por una notable pulcritud.

 

Acompañada de un espacio bajo el nivel de la banqueta al que se accederá por una escalinata que genera un espacio que busca ser vivo e incluyente, la Estela de Luz prefigura esta “aventura política-tecnológica” de 117 metros de altura (desde el segundo sótano, paro no aludir más a los prehispánicos 104 metros dese la banqueta) en una especie de pretenciosa y elegante joya urbana que contribuirá a la transformación que tendrá el perfil de la Ciudad de México en esta zona.

 

El sinnúmero de noticias generado por el errático proceso de licitación, contratación, y ejecución de la obra, distrajeron inevitablemente la asimilación de la Estela de Luz como un icono propio que exaltará nuestra identidad o que simbolizará nuestra ilusión patria diluyendo su carácter conmemorativo. Sin embargo, es en la conmemoración donde se localiza la esencia del monumento (del latín monumentum, «recuerdo»), y la Estela de Luz no debería ser la excepción. Llama la atención aquí, sin embargo, que lo que priva mayormente es la falta de información suficiente o relevante; es una condición que pasa todo el tiempo en las obras públicas. Se hacen mediáticas, todo el mundo opina y se olvida que lo verdaderamente importante es lo que va a quedar (máxima de la arquitectura), nos guste o no.

 

En este sentido, y tratando de esquivar la tentación de la comparación con ejemplos análogos, algo que ya es un lugar común en este tipo de proyectos es la serie de dificultades que tienen que sortear para materializarse. Es histórico. Sin embargo en este caso, se puede vislumbrar en el monumento una gran posibilidad de contribución social y cohesión nacional.

 

Resulta plausible que se termine, que se entregue a la ciudadanía, que sea producto de un concurso, que la sociedad se lo apropie y que el tiempo, quizás más breve que largo, haga lo suyo como siempre.

 

 

 

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@jorgeAdM_Ar