Decían en los Balcanes que el único genuino yugoslavo era el dictador Jozip Bros Tito. Decían que sólo él, o quien quisiera agradarle, clamaba pertenencia a un país efímero y explosivo; a una tierra turbulenta con encuentros y desencuentros de etnias, lenguas, religiones, culturas, ideologías, alfabetos; a un cocktail de naciones definidas por el cineasta Emir Kusturica bajo el epitafio “Érase una vez, un país”.

Un año después de la muerte de Tito –que supuso el principio del fin de Yugoslavia- nació en el polo opuesto de Europa otro verdadero ejemplo de mezcla yugoslava cuyo genio para tocar la pelota no estaría, sin embargo, al servicio del futbol ex yugoslavo. Zlatan Ibrahimovic, tan lejano a todo estereotipo de temperamento y actitud escandinavos, vio su primera luz en Suecia.

Si Tito había tenido padre croata, madre eslovena y adoración por Serbia, Ibrahimovic es de madre croata y padre bosnio criado en Serbia; más aún, su nombre de pila (Zlatan) resulta tan común como neutral en el entorno balcánico: lo mismo puede portarlo un albanokosovar que un macedonio o montenegrino. Por si faltara más, su apellido Ibrahimovic tiene algo de musulmán (Ibrahim es como llaman al patriarca Abraham) y algo de eslavo.

En resumen, que Zlatan empezaba carrera en un pequeño equipo llamado Balkan, compuesto por inmigrantes balcánicos que a miles de kilómetros del rencor, hallaban forma de convivir en paz.

Ahí tenemos al sueño de Tito hecho futbolista y despuntando como uno de los mejores del planeta. Además, desafiando a cada momento todo lo convencional, todo lo políticamente correcto, toda disciplina que rompiera con sus locuras de gol y vida.

Su estatura, 1.92 metros, lo hace potente pero confunde: Zlatan es más arte y estética que otra cosa. La cabeza, tan lejos de los pies, le sirve mucho más para pensar que para bajar balones de los cielos.

Ibra ha coleccionado estancias en los clubes más grandes de Europa (Ajax, Juventus, Inter, Barcelona, Milán), tanto como éxitos (ocho títulos de liga seguidos) y controversias con directores técnicos.

En los últimos días, han circulado algunas de las frases publicadas en su autobiografía. Que gritó al técnico barcelonista Pep Guardiola “te cagas con Mourinho”, que cuando sus compañeros agradecieron el liderazgo a Roberto Mancini, entonces entrenador del Inter, él más bien le dijo “de nada”, broncas con compañeros y rivales (casi a muerte con alguno), todo el morbo del futbol expuesto en un libro que se ha agotado de inmediato.

A muchos duele que este prodigio nunca haya explotado su inmenso potencial por haber vivido siempre cerca del escándalo y la rabia. Que quemó buena parte de su fuerza creativa en odios y delirios de persecución. Sin embargo, quizá si hubiera sido domesticado, quizá si hubiera cambiado su rebeldía por docilidad y disciplina nórdica, inevitablemente hubiera dejado de ser un genio.

@albertolati

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