A veces nos perdemos en el mar de acusaciones de los políticos. Nos inundan de encuestas serias o cuchareadas. Nos abruman con escándalos de corrupción o abuso de poder. A la guerra contra el narco se suma la guerra entre políticos. Partidos y gobiernos cargan tanques y fusiles de información en los preparativos de una lucha sin cuartel.

 

Entre estas dos guerras, estaremos expuestos a cambios drásticos de contexto electoral en cuestión de minutos. Basta un asesinato, una explosión, o una revelación de corrupción para alterar por completo las condiciones de una elección.

 

En lo inmediato, Michoacán lo ejemplifica. Allende la intervención de recursos federales y el acertado discurso la candidata del PAN, el asesinato del alcalde de La Piedad seguramente reducirá la participación y le beneficiará. La historia revela que el partido victimado capitaliza políticamente los crímenes a sus miembros sobre todo si el sacrificado tiene buena reputación. El casi cantado triunfo del PRI puede pasar a manos del PAN. La señal es aterradora. Es más rentable políticamente matar a un político limpio que eliminar a un corrupto.

 

La temperatura seguirá subiendo. No hay candidato, ni partido impoluto. Nadie está exento de ser asesinado física o políticamente. Humberto Moreira es para ello otro espléndido ejemplo. La guerra sucia nos reveló su forma de gobernar y sus principios para gastar. El escándalo obliga al PRI y a los gobernadores a cuidar su forma de trabajar. Nos obliga a los ciudadanos a revisar los supuestos éxitos de nuestros gobernantes.

 

De aquí a julio, las pugnas internas, riñas entre grupos y acusaciones serán el principal atractivo. Los medios serán el campo de batalla para que desde la trinchera de nuestra pantalla presenciemos el proceso de destrucción. Los ciudadanos accederemos a información que hubiera sido imposible encontrar. Podremos ver de qué esta hecho cada candidato y su equipo allende su imagen. Veremos quien es más corrupto y entenderemos sus prioridades reales más allá del discurso electoral.

 

La guerra sucia es agotadora pero inevitable. Hay demasiada tela de donde cortar. El sistema político nació del compadrazgo. La corrupción era el aceite del engrane y embarro a todos. En la medida en que el ciudadano castigue el fraude y el mal gobierno se corregirán dichas prácticas. Si lo sabemos aprovechar, el trago amargo de los próximos meses servirá para elevar los costos de los abusos de autoridad.

 

La prohibición de la campaña negativa resultó útil. Obliga a los contrincantes a filtrar información real para sustentar sus críticas. Sólo  con datos duros se procederá a la aniquilación. Los ciudadanos no podemos reelegir buenos gobernantes, sólo nos queda castigar a los mentirosos.

 

Para los grupos de interés, esta guerra servirá para definir sus prioridades, reevaluar riesgos y establecer nuevas monedas de cambio. Pero estos grupos ya no son suficientes para ganar una elección. Hoy, más de 50% del electorado es independiente (según una encuesta de El Universal que es telefónica pero sirve como primer mapeo).

 

Como los grupos, los ciudadanos, debemos analizar los escándalos. Recordar que la corrupción y la impunidad son las fuentes de la violencia que vivimos diariamente. Faltan nueve larguísimos meses para la elección. La guerra acaba de empezar. Habrá muchas víctimas en el camino. Ojalá que las guerras despiadadas, contexto de la elección, sirvan para limpiar la casa e iniciar una nueva etapa.

 

@cullenaa