La calle es el primer estar de la ciudad, la ofrenda de los vecinos cuyas fachadas son su rostro y que tiene por techo el cielo, dice el arquitecto Louis I. Kahn. Ahora ese cielo se ha tapizado con las pantallas de los teléfonos celulares, laptops, iPad y otros electrodomésticos de comunicación. ¿Qué tal ahora un viaje por el Distrito Federal sin despegarse de la computadora o el smartphone? Para eso está Google Street View, la aplicación de Google, para no enfrentarnos con la mirada de los otros pues la metrópolis, aunque esa atmósfera-fotográfica se encuentre desolada.

 

Así es la imagen que capturo al teclear “Unidad Tlatelolco, Distrito Federal, México” en el rectángulo del Google Maps. Conjunto habitacional que representan la nostalgia del esplendor; de una “ciudad satélite” autónoma que planteaba el urbanismo europeo en torno a la agrupación vertical de la vivienda, en contra del tradicional esquema horizontal latinoamericano.

 

La Unidad Habitacional Tlatelolco (de 964 mil metros cuadrados) está a punto de cumplir 47 años el 21 de noviembre. A punto de llegar a medio siglo, vecinos aseguran que se encuentra en un estado de deterioro que debería ser atendido de manera urgente por el gobierno del Distrito Federal.

 

De acuerdo con el proyecto de los arquitectos Mario Pani y Ricardo de Robina, 75 por ciento del terreno sería utilizado para las áreas verdes y de esparcimiento común, y el 25 por ciento restante, para la construcción de los edificios multifamiliares, departamentos de diferente medida y distribución, y servicios de primer nivel, que aguardarían hasta mil habitantes por hectárea.

 

Henri Lefebvre escribió en 1974 que “algunos espacios sobresignificativos sirven para mezclar todos los mensajes y hacer imposible la decodificación”. La Unidad Tlatelolco es un ejemplo de “espacio sobresignificativo” por su historia: en la época prehispánica fue un importante centro comercial de la Gran Tenochtitlan y en la segunda etapa del siglo pasado  fue escenario de la matanza de estudiantes el 2 de octubre del 68, y después el terremoto del 19 y 20 de septiembre de 1985.

 

Junto a la estación del Metro hay un cine abandonado desde hace 11 años, una plaza que ha perdió la razón misma de su existencia ya que no invita a los lugareños que habitan los 112 edificios a reposar, al vivir el ocio; no es un lugar de encuentro sino de tránsito obligado. En algunos puntos hasta de riesgo de ser asaltado. Como casi todo en la ciudad, también los  ambulantes se han apoderado de la salidas y venden comida, discos pirata, libros o artesanías.

 

En este sitio de vecindades verticales, las experiencias familiares y de amigos se resumen en 80 metros cuadrados que miden, en promedio, cada uno de los departamentos, aunque ahora se extiende hacia la virtualidad de las redes sociales. Caminar y ver hacia el cielo ya es casi un asunto del pasado. Las pantallas de los electrodomésticos comunicantes han devorado nuestra atención y curiosidad por lo que nos rodea, quizá para siempre a menos, claro, que alguien invente una aplicación que fortalezca nuestra mente y salvaguarde nuestra sana y divertida relación con el mundo fuera del teclado. Hemos amueblado nuestro entorno con imágenes y discursos emergidos de las pantallas touch screen que nos ‘comunican’ con el mundo offline, pero hemos olvidado que no todo es una app bajada de Apple Store.

 

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