La existencia de un compromiso firmado y el “enorme costo” que tendría negarse a aceptar un resultado adverso, son las dos razones principales que esgrime Marcelo Ebrard para expresar su confianza en que Andrés Manuel López Obrador aceptara una derrota en las encuestas, si es que estas no llegan a favorecerle en el ejercicio para seleccionar al candidato presidencial de las izquierdas.

 

“Si se aceptaron las encuestas, si se aceptó que se consultara así a la ciudadanía sobre el mejor candidato, no se puede salir después con que no se acepta el resultado, no tendría sentido, sería suicida para todos hacer algo así y seria de un alto costo político para el que lo hiciera”, dice el jefe de Gobierno del DF cuando le preguntan que si cree que López Obrador aceptaría una derrota y se haría a un lado para dejarle a él la candidatura al 2012.

 

La realidad es que, si bien en la lógica de la racionalidad política y los costos políticos nadie podría  rechazar los resultados y desconocer la derrota, en la experiencia y el comportamiento político de los actores involucrados hay razones de sobra para desconfiar  en que los dos actuaran racionalmente y que con civilidad y responsabilidad políticas acataran el mandato de las encuestas.

 

Si se trata de Ebrard, vale su lógica de que decir que no acepta los resultados sería altamente costoso, casi un suicidio político, porque fue precisamente él quien propuso e impulsó en todo momento el método de las encuestas para seleccionar al candidato presidencial de las llamada izquierdas. No sería ni lógico ni racional que fuera Marcelo el mayor impulsor de las encuestas quien desconociera los resultados. Por ese lado, parece que eso no ocurrirá.

 

Pero la otra parte, la de Andrés Manuel López Obrador, tiene en su haber y en su comportamiento político mucho más de apasionamiento que de racionalidad. Aunque en estas precampañas ha hecho un notorio esfuerzo por moderarse y alejarse del radicalismo que en algún momento lo identificó, es difícil olvidar que fueron sus decisiones poco racionales y mas bien radicales –aunque él siempre lo menciona como congruencia y respeto a sus principios– las que lo llevaron a perder apoyos importantes de la sociedad y el electorado tras sus denuncias de fraude en la elección presidencial de 2006.

 

Cuando se trata de defender sus principios y a su movimiento, López Obrador no se atiene, al menos no lo ha hecho hasta ahora, a la lógica política y mucho menos a la racionalidad, pues para él es más importante la congruencia y la defensa de su proyecto de Nación ¿Hay razones para pensar que esta vez actuara distinto y que se sujetara a los cánones de comportamiento político en los que nunca ha encajado? Marcelo confía en que s o al menos eso es lo que dice hacia afuera.