Noviembre ha comenzado evocando los días más aciagos de agosto pasado cuando la economía europea amenazaba romperse por el hilo más delgado: Grecia.
 
Ahora, en los albores de noviembre, la historia se repite. Apenas el jueves pasado los líderes europeos -incluido el primer ministro griego Yorgos Papandreu– sonreían por haber logrado tres acuerdos generales en Bruselas: la quita de un 50% a la deuda griega pactada con los bancos, la recapitalización de la banca europea y la ampliación de un fondo de rescate. Con poco convencimiento pero en los dos días posteriores los inversionistas decidieron que era momento de tomarse un respiro y las bolsas subieron como en las buenas épocas.
 
Pero el diablo está en los detalles. La implementación de las medidas generó dudas, críticas y manotazos en toda Europa, especialmente en Grecia ante la urgencia de los europeos de que aquellos asuman nuevos sacrificios de todo orden provocando una crisis política al interior del gobierno y del partido de Papandreu.
 
La respuesta del primer ministro a las crecientes voces que piden su renuncia no se hizo esperar: Anunció que pedirá la opinión de los griegos al plan de rescate europeo por 130 mil millones de euros a cambio de nuevos sacrificios a la población. Una decisión que ‘congela’ temporalmente el acuerdo de Bruselas y que deja en vilo la estabilidad financiera de la Unión Europea ante la posibilidad de que, efectivamente, Grecia termine abandonando la zona euro y devaluando su moneda.
 
Y es que la situación de Grecia parece insalvable. Una deuda pública gigantesca del orden de 160% del PIB y un ingreso fiscal que se deteriora limitando los sacrificios en el gasto público. El problema de fondo es que la recesión griega se agrava con caídas del producto cercanas al 7% anual, con una inversión privada que se contrae al 12%, con salarios reales deteriorados y con un desempleo que roza el 17% impactando la demanda interna.
 
Grecia está metida en un círculo vicioso con altos déficits, ajustes draconianos, contracción del mercado interno, caída en ingresos fiscales, insolvencia para enfrentar su deuda, mientras que los programas de rescate propuestos no parecen sacarla de allí ante el agotamiento de su población.
 
Pero el problema no solo es Grecia, sino también el escaso convencimiento de su rescate, sin garantías de por medio, de un buen número de países miembros de la eurozona. Y es allí donde los acuerdos de la pasada reunión de Bruselas crujieron.
 
Por eso los mercados financieros han respondido como lo han hecho y solo basta ver las elevadas cotizaciones de las primas de riesgo de las mayores economías europeas, para cerciorarse de que las posibilidades de un impago griego son elevadas.
 
La reciente declaratoria de bancarrota de la firma de inversión estadounidense MF Global a consecuencia de sus inversiones en deuda europea, recuerdan que Grecia podría convertirse en una especie de Lehman Brothers para la economía europea y mundial, si los europeos no actúan urgentemente y con determinación. Aunque por las tibias respuestas y los desacuerdos vistos hasta ahora, los problemas parecen haberlos rebasado.
 
Así, noviembre amanece con los peores presagios para la economía global.
 
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