Los escritores hiperrealistas (franceses) se han convertido en los mejores analistas (involuntarios) del laberinto político. Son tiempos de “la realidad aumentada”. Entre Frédéric Beigbeider y Michel Houellebecq (novelistas) se encuentra Yasmina Reza (dramaturga y novelista). Yasmina como mediadora de los alegres cínicos Frédéric y Michel. Houellebecq y Beigbeider como escritores de una novela adaptada al teatro por Reza llamada Sarkozy.

 

En tres palabras: el teatro político.

Nicolas Sarkozy se encuentra en la encrucijada emocional de su vida. En su camino electoral, si la tendencia demoscópica no es frenada en seco por el cruce azaroso de un milagro, va directo al despeñadero, es decir, pasará la estafeta presidencial a la oposición (socialista) en abril del año próximo. Pero no todo son malas noticias. En su camino pedregoso se encontró un atajo que lo lleva a la felicidad familiar. Es probable que en estos momentos se encuentre con una botella de champaña en mano para brindar por su nueva paternidad.

 

Yasmina Reza se acercó a Sarkozy durante su campaña presidencial para proponerle un proyecto: retratarlo a través de palabras. Nacía el año 2007. El candidato de la derecha moderada (UMP) aceptó la propuesta de la escritora de la obra de teatro Arte, motivado posiblemente, por los pases mágicos del marketing: acercarse al mundo intelectual le mejoraría su perfil seductor. “Incluso, si me destruye, saldré engrandecido”, le confesó a Reza el entonces candidato.

 

Como auténtico outsider del establishment francés, Sarkozy llegó a la presidencia como remolino que trastoca todo lo que tiene a su alrededor. Con lentes Ray-Ban modelo Aviator y acompañado por su nuevo amor, Carla Bruni, viajó a Egipto y a Euro Disney para inaugurar una nueva era en la política francesa. Ni Mitterrand ni De Gaulle dejaron la estela transmoderna que dejó Sarkozy.

 

La noche de su victoria electoral (6 de mayo de 2007) Sarkozy y sus amigos se fueron a celebrar a una discoteca de Champs Élysées, sin embargo, las palabras que el ganador le confió a Yasmina Reza, desenmascararon a un hombre misterioso y ambivalente: “En el fondo estoy contento, pero sin alegría” (El alba, la tarde o la noche, Anagrama). En la República francesa no es imaginable un presidente a quien no le excite la política. Sarkozy es un hombre obsesionado por los retos pero, parafraseando a Mitterrand, no es un presidente que desee y ame la actividad desempeñada por un hombre de Estado. Sobre este tema Sarkozy le declara a Reza: “Lo tengo todo para estar contento: quería un partido y lo tengo; quería las mejores carteras (secretarías de Estado) y las he tenido; soñé cómo hacerme una situación (ser presidente) y lo he logrado. Pero no estoy excitado. Es muy duro. Ya estoy en la presidencia. Ya no soy el de antes”. Y Reza reconoce, que con estas palabras, asiste a la “fosilización” de Sarkozy. La victoria fue su obsesión pero de manera inmediata el motor del deseo se le apagó.

 

Su tour por Euro Disney fue criticado por el círculo intelectual francés. Reza, traduce este evento como un acto infantil con el que revela su infancia mutilada. De ahí la broma que el propio Sarkozy le hizo a Reza durante un mitin en Saint-Étienne, en un pabellón deportivo repleto: “Mira, tú has estado cinco años en cartel en Londres (se refería a la obra de teatro Arte), dos en Nueva York, pero en Saint-Étienne no eres nadie”.

 

Houellebecq le ayudaría a Sarkozy exorcizándole al actor que lleva dentro pero, al parecer,  no lo ha leído. En la novela de Houellebecq, El mapa y el territorio, uno se encuentra la ruta crítica del ascenso de los artistas contemporáneos como Damien Hirst, Jeff Koons pero también Bill Gates, Steve Jobs y, hasta empresarios coleccionistas como Carlos Slim. ¿Cómo convertir a un peatón en rey? Es millonario el obseso que se encarga de agregar el componente “artístico” a las carreteras (Guías Michelin); también lo es quien coloca diamantes a un cráneo o quien infantiliza a Michael Jackson aprovechando la semiótica de la perversidad. En la obra completa de Houellebecq aparecen personajes como Sarkozy. Eternos viajeros sin conocer su destino.

 

Sarkozy navegó hacia la presidencia confiando en su inteligencia pero, sobre todo, en su voluntad; Se convirtió en star pop de la política. Lo logró hasta que la realidad lo alcanzó en su vigorosa carrera. Se fatigó antes de tiempo.

 

Frédéric Beigbeder se recrea a través de aforismos. Un publicista inteligente que un buen día decidió escribir su experiencia en una agencia (13,99 euros) esperando, con paciencia, su alegre despido. Alegre, tanto para él como para sus lectores porque a partir de ese momento se convirtió en novelista. Sarkozy, al parecer, sí lo leyó. Sobre su imagen (natural) le construyeron otra imagen. La del político que sabe escuchar, que es tolerante con la izquierda y que es estadista global. La mala noticia es que Sarkozy no les hizo caso. Ni sabe escuchar, ni tolera a los opositores y, mucho menos, es un estadista global.

 

La imagen artificial, como las mentiras, tiene las piernas cortas. No llega muy lejos. La crisis económica, el zigzagueo de la Unión Europea y la política interna, fueron los encargados de revelar el verdadero rostro de Sarkozy. Entre Dominique Strauss-Khan (desde el FMI) Angela Merkel e, inclusive, el director del Banco Central Europeo, Trichet, han sido los principales braceadores del remo que navega en medio de la tempestad.

 

Junto a Zapatero, Sócrates, Simitis, Cowen, entre otros europeos, Sarkozy ha sido llamado a caja para saldar deudas con la población.

 

El día de hoy, el Partido Socialista francés tendrá candidato presidencial: Martine Aubry o François Hollande. A partir de mañana, los franceses tendrán al binomio político de los próximos seis meses.

 

Sarkozy tendrá que leer a Houellebecq para comprenderse a sí mismo. Yasmina Reza le hizo el favor de retratarlo. Le quitó el barniz que Beigbeider le colocó. Así es la novela francesa.

 

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