Con la desaparición de sus cuatros hijos por delante, María Herrera, pone alto a la discusión –una de muchas que se dan en las asambleas plenarias del movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad sobre los alcances políticos de las movilizaciones–. “Sí hemos logrado mucho, porque hemos hecho que la gente sepa que nuestros hijos no son los delincuentes que quieren hacer creer”, dice esta mujer bajita, de 62 años, que mira con una extraña mezcla de enojo y dolor, y que en las horas largas de carretera anima a otros padres a cantar para desahogarse.

 

Roberto Galván, que destaca por su altura y su acento del norte, hace su propio balance: “Pusimos a trabajar a las autoridades”, asegura. Roberto, su hijo, ajedrecista de 33 años, fue detenido por la policía de Nuevo León el 25 de enero, cuando tomaba el sol en la plaza de General Therán y desde entonces no aparece. “Todavía no sé dónde está mi hijo, pero antes de este movimiento su expediente tenía una hoja, y hoy tiene 179”, dice su padre.

 

Lo mismo piensa Julia Alonso, quien con Jaime, su esposo, pasó horas organizando botes para recolectar dinero en los días previos de la Caravana del sur. “Antes no tenía consciencia de lo que está pasando en el país, pensaba que si yo no le hacía daño a nadie nada malo me iba a pasar.  Pero aquí me dí cuenta que hay mucha gente igual que yo, y si con esto ayudo a que un solo muchacho no muera, me doy por bien servida”, dice la empresaria, cuyo hijo menor desapareció hace tres años.

 

El chihuahuense Julián Le Barón conoció Oaxaca y Chiapas en esta caravana y confiesa que le impresionó lo que vió en Acteal. “El norte nos mostró el dolor y el sur nos mostró la dignidad, y necesitamos ver las dos cosas”, dice. “Tal vez (somos pocos) pero no tengo derecho a claudicar”

 

Ellos son parte del “ejército” de paz que ha seguido al poeta Javier Sicilia en sus periplos por el país. Padres, madres, hermanos, hijos, que buscan a respuestas ante el asesinato o desaparición de sus seres queridos y que un día vieron a un padre adolorido gritar “Estamos hasta la madre” por el asesinato de su hijo, recogieron sus cosas, pegaron las fotografías de los suyos en un cartel y salieron a caminar con el poeta silenciado y lo defienden frente a cualquier crítica.

 

“El día que conocí a Javier Sicilia me dio un beso, ese beso que tanto le han criticado, y para mí fue el beso de un padre”, dice Melchor Flores, quien carga un cartel enorme de su hijo, “El Vaquero Galáctico”.

 

En seis meses de movilizaciones, más de 8 mil kilómetros de marchas, viajes humanitarios al pueblo de Cherán, en Michoacán, reuniones de trabajo con el Procurador de Justicia de Nuevo León, Adrián de la Garza, encuentros con inmigrantes centroamericanos y con integrantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, los “caravaneros” como se dicen a sí mismos, han dormido en el piso de gimnasios y escuelas, han caminado bajo la lluvia  torrencial de San Cristóbal de las Casas y el calor sofocante de Villahermosa, han reído, cantado y llorado juntos.

 

“El movimiento nos ha hecho fuertes”, jura el sonorense Nepomuceno Moreno, quien siempre carga una copia del expediente y las fotos de su hijo desaparecido.

 

Y van de uno a otro lado tirando de una cuerda que jalan para dos lados.

 

De un lado, el diálogo y la negociación, que promueve el ex ombudsman del Distrito Federal, Emilio Alvarez Icaza. Que busca resultados concretos para las víctimas y busca interlocutores que den cauce a las investigaciones. Que relaja la relación con los reporteros.

 

Del otro está el profesor universitario Pietro Ameglio, estudioso de la desobediencia civil y activista de la organización humanitaria Servicios para la Paz, promotor de las acciones directas y de la “no cooperación” con las leyes inhumanas. El que explica que mucha gente confunde paz con seguridad. Y que casi siempre va a la retaguardia de las marchas, no sube al templete, viaja en los camiones de la caravana y duerme en el suelo, como el resto de los padres, convencido de que solo la movilización masiva de la sociedad civil puede detener la bacanal de violencia que cruza el país.

 

Y en medio está Javier Sicilia, el padre herido y poeta silenciado, que en un momento explota y en el otro se disculpa. Al que los periodistas asedian como a un político profesional y no como un hombre en duelo. Que responde a la hija de un dirigente magisterial de Oaxaca, cuando ésta le pregunta por qué cambio las mentadas de madres por los besos, con una explicación de lo que significa el “Conspiratio”.

 

El movimiento de paz que encabeza –a veces sin fuerzas-  Javier Sicilia no ha logrado superar sus propias contradicciones, pero sus propios críticos reconocen que ha puesto en la agenda política el tema de las víctimas. Habla de una emergencia nacional, de dar un giro de 180 grados a la estrategia de seguridad, de una ley de víctimas y comisiones de verdad, un juicio que difícilmente aceptará  una clase política a punto de entrar en un proceso electoral.