Las redes sociales no derrocan gobiernos. Persuaden, cercan y apuntalan dardos semánticos pero no derriban, de lo contrario, bienvenidos a la anarquía global. Sin embargo, la persuasión oclocrática o masiva a través de las redes sí ha contribuido a generar una tribuna crítica de presión social que lustros atrás era imposible de imaginar.

Las redes sociales también han colaborado a desacralizar las reglas de la política ortodoxa; a mayores niveles de autoritarismo, los memes pueden resultar “criminales”; el efecto se convierte en caricatura si la democracia es consolidada.

 

El reciente caso del autócrata Recep Erdogan ilustra al personaje que por decreto hizo desaparecer Twitter y YouTube por miedo a que las críticas a su persona, por actos de corrupción, perjudicaran no sólo a él sino a su partido que se sometió a elecciones municipales recientemente.

 

A Nicolás Maduro tampoco le gusta ver su caricatura en las redes sociales. Una de las primeras reuniones que sostuvo horas después del inicio de las manifestaciones opositoras, hace dos meses, fue con jóvenes que utilizan las redes sociales. Inocentemente utilizó la televisión para “demostrar” que lo que se escribía de él en las redes sociales era falso. En pocas palabras, su visión tradicional de la política lo hace miope frente a la velocidad con la que circulan los dardos en las redes sociales.

 

En mi libro Referéndum Twitter escribí que la manera alternativa de conocer la edad de los políticos es leer sus tuits. No hay pierde. No hay algo más aburrido que leer sus ideas retóricas a través de plataformas modernas.

 

Twitter puede simular un laboratorio de ecos pero nunca las balas de un ejército. El “arsenal” proviene de las cohortes demográficas modernas (por educadas); ellas sí son fundamentales para llevar a cabo revoluciones aterciopeladas. Lo que también es cierto es que los jóvenes que viven en regímenes autocráticos requieren de los nodos tecnológicos para socavar al sistema.

 

En el campo de la educación las bibliotecas virtuales, por ejemplo, han sido esenciales para permear conocimientos a millones de personas. En pocas palabras, el efecto-Google ha incentivado a millones de cibernautas a acercarse al conocimiento.

 

Por lo anterior, las conclusiones que realiza la agencia AP sobre el desdoblamiento sigiloso de un sistema de comunicación similar a Twitter, llamado ZunZuneo, en Cuba con miras a “socavar” a su gobierno es polisémico. Por una parte, Raúl Castro lo traducirá de manera orwelliana. Como orwelliana fue la estrategia de Ahmadineyad al persuadir a su gente con la entelequia de que el enriquecimiento de uranio representa un paso necesario para emular la muerte como la presenta Hollywood en las pantallas de cine: una guerra desastrosa por sus efectos especiales.

 

Por supuesto que para los dictadores los volúmenes de información almacenados en Google y distribuidos y enriquecidos por blogueros y activos en redes sociales, son un dolor de muelas.

 

La otra lectura la conocemos desde hace años a través de Yoani Sánchez; convertida en icono de la crítica transmoderna cubana, fisuró el escudo anti-crítico formado por Fidel. En efecto, la plataforma que utiliza Yoani se trata de una estructura que incentiva el florecimiento del fenómeno de la transcultura. No hay vuelta atrás.

 

También sabemos que la biología y la economía precipitan cambios. Cuba no puede sostener una deuda externa de más de 15 mil millones de dólares con una escasez de divisas, como tampoco puede sostenerse con crecimientos menores al 7% anual (en 2013 fue de 3.7%) en su economía. El futuro de Cuba no puede depender del eje chavista porque ya dejó de existir.

 

Sobre la red ZunZuneo, comenzó a operar en Cuba utilizando teléfonos celulares, alrededor de 2009, y fue desactivada en 2012. Pero fracasó. El analista Marc Hanson, del Washington Office on Latin America (WOLA) asegura que el proyecto “no solamente fracasó en sus objetivos, sino que además sirvió para mantener elevados niveles de conflicto entre los dos gobiernos” (AP, 4 de abril).

 

Ahora lo estamos comprobando.

 

El famoso “pasa la voz” se ha potenciado. De un salón de clases en donde 50 alumnos se llegaban a enterar de un chisme en menos de cinco minutos, hemos pasado a  la velocidad luz de Twitter. No sorprende que la velocidad de la crítica moleste a políticos autócratas, dictadores o imbéciles. El problema no es la tecnología, la revolución del conocimiento la produce quien utiliza tecnología para evolucionar. Es lo que tendría que saber Raúl Castro.