El espionaje lúdico forma parte de las garantías individuales del ciudadano oclocrático. Conectado a la red, y bajo la emoción sin palabras que produce el tiempo real, las noticias sobre el espionaje global de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) se convierten en una especie de rumor humorístico.

 

Lejano. Impensable por incomprensible y  locuaz por sensacionalista. Al parecer, los internautas ya se acostumbraron a tener un amigo invisible en Facebook. Lo aceptemos o no, siempre nos da like a nuestras publicaciones, aunque no aparezca registro de fino detalle. Al usar Google no nos hemos acostumbrado a pensar que, detrás de la pantalla pero simultáneamente, un buscador invisible recoge la información que buscamos.

 

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El componente lúdico hace que el espionaje se encuentre en un proceso transcultural que termina por convertirse en un rasgo aspiracional. Es el siglo XXI, el de la revolución de la comunicación, y por ende, el de la obsesión por transparentar o aniquilar la intimidad, grado máximo de la libertad.

 

El tiempo es la mejor anestesia. Pero también lo son Twitter y Facebook; los lanzamientos de Apple ya forman parte del mainstream y los mensajes en WhatsApp dinamitan a la que parecía sempiterna costumbre de comunicarse de manera aletargada: tiempo irreal o tiempo real es el nuevo planteamiento dicotómico de lo que un día fue el ser o no ser.

 

Un buen día del mes de junio de 2013, Mark Zuckerberg regañó públicamente al presidente Obama. El 18 de junio de ese año, el presidente de Estados le confió a Charlie Rose, periodista de PBS lo siguiente: “Lo que puedo afirmar, sin lugar a dudas, es que si eres una persona de Estados Unidos, la NSA no puede escuchar tus llamadas telefónicas… por ley, a no ser que… ellos acudan a un tribunal y consigan una orden y busquen causas probables, como ha sido siempre”. El dueño de Facebook no fue ambiguo al decir que el presidente “había metido la pata”.

 

Si las palabras de Obama se interpretan a través del lenguaje global, entonces nos revela a un presidente etnocéntrico cuando sabemos que el liderazgo del habitante de la Casa Blanca exige el perfil geocéntrico. ¿Qué le sucedió a Obama?

 

Al parecer, en la oclocracia global del tiempo real el gobierno de la NSA dejó de ser una agencia dependiente de la defensa estadunidense para ocupar el único puesto supranacional. Pensemos un momento en Dianne Feinstein, la lideresa del Comité de Inteligencia del Senado. Por cierto, demócrata. En el papel, Feinstein tendría que defender la libertad de los estadunidenses. Después de las revelaciones de Edward Snowden a través de Glenn Greenwald, comentó a USA Today que la recopilación de metadatos de “registros telefónicos” de todos los norteamericanos “no tiene nada de vigilancia”, pues “no recoge el contenido de ninguna comunicación”. En efecto, aquí se detona la amnesia oclocrática de que el espionaje es impensable por incomprensible y locuaz por sensacionalista.

 

Las palabras de Feinstein forman parte de la atmósfera del rumor humorístico. Y lo es porque sabemos que el registro de metadatos es tan intrusivo como el contenido de las llamadas telefónicas. La NSA puede conformar un mapa completo de los cibernautas compuesto por todos los correos electrónicos, destinatarios, ubicación a través de Google o las teclas que pulsa cualquier cibernauta en su respectivo tablero de la computadora.

 

Glenn Greenwald lo explica a través del siguiente ejemplo: “Una mujer joven llama a su ginecólogo; a continuación llama a su madre y luego a un hombre al que en los últimos meses ha telefoneado una y otra vez a partir de las once de la noche; a eso sigue una llamada a un centro de planificación familiar donde también se realizan abortos. Surge un probable guion que no habría sido tan evidente si sólo se hubiera examinado el registro de una única llamada” (Snowden, sin un lugar donde esconderse, ediciones B).

 

Dianne Feinstein conoce a la cabeza de la NSA, Keith Alexander. Google arroja 133 mil registros si correlacionamos las palabras “Keith Alexander, espionaje”. Su objetivo es obtener todos los datos que circulan en internet porque ellos forman parte de SIGNT, la inteligencia de señales. Michael Hayden, el personaje en cuya cabeza circulaba toda la información de la CIA y la NSA en la época de Bush, confesó que la obsesión de Alexander por los metadatos le provocaba “ardor de estómago”.

 

Después del desencuentro entre Obama y Zuckerberg, lo único seguro es que el presidente de Estados Unidos no utiliza Fecebook para evitar los unlikes de los amigos de Zuckerberg.