De todos los campeonatos ha salido no sólo adorado y triunfal, sino más determinante, más fuerte; en sus propias y no poco narcisistas palabras, “soy como el vino, entre más viejo, mejor”.

 
A lo largo de casi dos décadas desde su debut, camino que incluyó  trece títulos de liga en cuatro países, Zlatan Ibrahimovic padeció lesiones como todo deportista, aunque bien pudo considerarse un jugador afortunado al nunca haberse ausentado más de dos meses de las canchas.

 

 

Su imagen era la del rebelde, la del artista, la del goleador, la del ególatra, la del provocador, la del tipo que nunca terminó de irse del barrio marginal de Suecia donde una disfuncional familia de inmigrantes balcánicos lo crio (en su soberbia autobiografía, una frase que reivindica las marcas de ese gueto: “puedes sacar a un muchacho de Rosengard, pero nunca podrás sacar a Rosengard de ese muchacho”).

 
Sin embargo, pocos héroes del balón han logrado ser percibidos tan propietarios de su destino, como el gigante de Malmo. Eso le llevó a irse de donde quiso y cuando quiso, a alargar o acortar sus contratos según le placiera, a no tener problema en vestir las casacas de los tres grandes clubes de Italia, a convertir cada conquista grupal en un asunto personal cual si del Zlatan FC se tratara, a irse del París Saint Germain a menos que se le concediera la estrafalaria petición de poner su estatua en la torre Eiffel, a adelantarse al Mánchester United en el anuncio de que ahí continuaría su carrera: si al resto de los jugadores los presenta el equipo, con Ibrahimovic fue a la inversa, dejando claro que el United no fue el que lo eligió sino él quien eligió al United.

 
Así llegamos hasta este 2017, cuando en Old Trafford se le suplicaba que renovara por otro año su estadía, aunque desde Estados Unidos emergían rumores sobre su incorporación a la MLS. Él, siempre con su habitual verborrea, siempre consciente de cuántos le desean, siempre dueño de sus pasos, posponía la decisión.

 
El pasado jueves, en un cotejo de Europa League, saltó y una caída que parecía de rutina no lo fue para sus extremidades. La rodilla derecha se dobló de la manera menos natural y al poco rato se confirmó la gravedad de la lesión. Justo lo peor que puede pasar a quien está por concluir un contrato, como, por ejemplo, siempre lamentará el alguna vez estelarísimo portero, Víctor Valdés.

 

 
Con 35 años, tamaña fortuna amasada y tantas metas consumadas, la mayoría optaría por el retiro: simplificar la rehabilitación, alejarse de la presión, amainar el dolor, olvidarse de desquiciantes terapias, batallar contra el pasado.
Ibra no se ha pronunciado, pero me parecería extraño que actuara en ese sentido. Falta ver si el United acepta renovarlo a sabiendas de que no podría utilizarlo hasta el próximo año o si busca otro puerto.

 
Pero si Zlatan ha salido triunfal y más fuerte de cada batalla, ésta no será la excepción. Porque todavía tenemos muchos sorbos del mejor futbol en esa botella de vino narciso.

 

 
Twitter/albertolati

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