No puede ser coincidencia que los últimos directores técnicos que llevaron al Real Madrid a una final de Champions, lo consiguieran desde un modelo de liderazgo sereno, discreto, amable: Vicente del Bosque, Carlo Ancelotti, Zinedine Zidane.

 

 

No puede serlo cuando en el camino fracasaron en el intento algunos más bien autoritarios (pensemos en Fabio Capello), afectos a la terapia de choque (José Mourinho, para no ir más lejos) o esquizofrénicos de la estrategia (modelo Rafa Benítez).

 

 
Por supuesto, eso no garantiza nada ni en el trato a las súper estrellas ni en la gestión de un gran equipo, aunque alguna pista sí que puede extraerse.

 
Zidane entró a la conferencia de prensa de este martes, día de medios previo a la final con cientos de periodistas, como a todas las que ha encabezado desde que dirige al Madrid: ya cuando en un principio era discutida su inexperiencia, ya cuando después las cosas empezaron a ir mejor, ya cuando el arbitraje fue más o menos favorable, ya cuando el mismísimo Barcelona le derrotó de último segundo y con alineación protestada de un Gareth Bale que recayó, ya cuando se metió a la final de Champions o cuando fue campeón de España.

 
Ligero, restando importancia a todo, poco arriesgado en sus palabras, sonriente rayano en lo bromista, convirtiendo en lujo el oficio que muchos de sus colegas portan como suplicio, renunciando a la efigie de inmortalidad conquistada como mega crack y asumiendo sin drama que en cualquier momento puede ser despedido.

 
Ya después, bien sabe, será juzgado con base en circunstancias, carambolas, destellos, desatenciones o soluciones propiciados por sus once dirigidos. Tan simple como que si la pelota trae más imán hacia una portería que hacia otra en la final del sábado ante la Juventus, Zizou procederá estoico al trono o al paredón.

 
Por mucho tiempo sus logros se atribuyeron a la suerte, a una gran estrella, a su mero recargarse en la genialidad de un plantel millonario. Hoy, tras su cátedra de dosificación en la liga, tras superar eliminatorias durísimas en la Champions, dudar de su talento es absurdo.

 
Ante la gran cita que puede catapultarlo a puntos elevadísimos (los blancos no combinan liga y Champions desde 1958; además, nadie ha revalidado el título europeo desde que la copa de Campeones se convirtió en Champions League), el debate será con la alineación de Gareth Bale. Utilizarlo de inicio será visto como un mangoneo desde la prioridad de mercadotecnia del club y las exigencias del presidente; aferrarse a Isco parece lo más sensato, aunque implica orillar a un futbolista por el que se pagaron casi cien millones de euros y, para colmo, hijo prodigio de la ciudad sede, Cardiff.

 
Con título o sin él, Zinedine saldrá con su serenidad habitual, tan imposible reconocerlo en el artista frustrado que cerró su carrera con un cabezazo al pecho; ese artista que hubiera preferido jugar sin ser reconocido ni asediado, ese artista de voz baja y sospechosa ante los micrófonos, ese artista de perfil bajo, muy pronto ha sabido ser en la dirección técnica.

 
Su primera ley prohíbe la estridencia.

 
Twitter/albertolati

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