LONDRES. Como “John el yihadista”, era un personaje pavoroso, con su identidad oculta por una máscara negra, tono amenazador respaldado por su alta estatura, cuchillo dentado y una disposición a usarlo en nombre del grupo Estado Islámico y un autoproclamado califato.

 

Sus videos de aspecto profesional comenzaban con una crítica política y concluían con sus víctimas muertas a sus pies, las cabezas decapitadas sobre las arenas de Siria. Parecía tanto un juez como un verdugo que saboreaba cada homicidio recién logrado.

 

Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, muchos creían que los terroristas recurrirían a armas de destrucción masiva de manufactura rudimentaria para atacar ciudades. Pocos pronosticaron que un hombre con un cuchillo y un equipo de producción de videos podrían tener un impacto así valiéndose de una técnica medieval.

 

Ahora que su identidad ha sido expuesta como Mohamed Emwazi, el individuo espigado de acento británico y tono burlón ya no es un misterio. Ha sido desenmascarado como un londinense furioso más, en este caso un yihadista de clase media de unos 25 años, bien educado, que se volvió en contra de su país adoptado después de que se mudó a Gran Bretaña desde Kuwait cuando era niño.

 

El hecho de que su nombre haya sido revelado bien podría haber reducido su utilidad a la causa.

 

Por un lado, con su identidad ya del dominio público, y la distribución global de imágenes de él en las que se ve un poco ridículo con una gorra de los Piratas de Pittsburgh que no le queda bien, Emwazi podría volverse menos siniestro para los que lo vean, con menos capacidad de generar escalofríos en las personas que aborrecen la afirmación del grupo Estado Islámico de que está matando civiles en nombre del islam.

 

Si vuelve a asesinar a alguien ante la cámara, el elemento sorpresa habrá desaparecido y la reacción pudiera ser: “Oh, es él de nuevo”.

 

Además, ahora que las autoridades saben quién es, pocos dudan que él se convierta en blanco de un ataque con un avión no tripulado si Estados Unidos o Gran Bretaña logran averiguar dónde se encuentra exactamente. La presión sobre él podría hacerlo menos valioso para los milicianos del Estado Islámico, e incluso una carga.

 

Magnus Ranstorp, especialista en terrorismo en la Universidad Sueca de Defensa Nacional, dijo que puede esperarse que Emwazi desempeñe un papel menos relevante en la organización porque cada vez que habla en un teléfono celular se arriesga a que se detecte su ubicación exacta, lo que podría desatar ataques de aviones no tripulados en los que él podría morir, así como otros. Ranstorp dijo que el hecho de que haya sido identificado también le da al público esperanzas de que sea llevado ante la justicia.

 

“Es muy importante para las familias de las víctimas”, afirmó.