Cuando el Presidente catalán, Carles Puigdemont, bajó a la calle, a la Plaza de Sant Jaume en Barcelona, estaba exultante. Entre aplausos fue recibido, acompañado de una cohorte de acólitos independentistas encabezada por Oriol Junqueras, su brazo derecho.

 

La jornada electoral había sido lo más parecido a una obra del teatro del absurdo. Se podía votar en cualquier colegio electoral -hubo personas que votaron varias veces-. Se podía depositar la boleta sin sobre; incluso se descubrieron urnas llenas de votos antes de que abrieran los colegios electorales. Y todo ello en un referéndum que el propio Tribunal Constitucional había declarado ilegal porque iba en contra de la Carta Magna de 1978, que es la que está vigente y que dice que España es un Reino indivisible conformado por 17 Comunidades Autónomas.

 

Pero tras las cargas policiales, por la inacción de los Mossos d’Esquadra, fueron muy duras. La Policía Nacional y la Guardia Civil llevaron la violencia a momentos indeseables. Muchos heridos; más de 800 fueron el resultado de aquellas acciones que “legitimaron” la propia ilegalidad del referéndum.

 

… Y entonces pasó el día y la noche electoral, y ahora mismo, en plena cruda, España y Cataluña se encuentran en el peor momento político y social desde el advenimiento de la democracia hace ya más de 40 años.

 

La cerrazón y la soberbia de un gobernante como Mariano Rajoy que o tuvo la miopía o, bien, la altanería de no ver o no querer ver un problema en Cataluña, han dado lugar a llegar hasta donde se ha llegado.

 

Pero las responsabilidades se reparten. De todos los Presidentes catalanes que ha habido a partir de que Josep Tarradellas llegó desde el ostracismo franquista en los 70, jamás Cataluña había tenido un político con miras tan cortas.

 

Pero aquí hay una etiología. Desde hace muchos años, una parte no menor de catalanes prefieren la independencia. Además, en 2010, el estatuto catalán que preconizó en aquel entonces el presidente Zapatero vivió un “cepillado” al recortar varios puntos de aquel estatuto que suponía un balón de oxígeno para Cataluña. Uno de los golpes más hirientes fue suprimir el término nación.

 

El resto lo hizo la crisis económica que ahogó durante más de ocho años a una España que no sabía cómo salir de esa situación. Eso mismo pasó en Cataluña, mientras veían cómo las élites políticas vivían de corrupción en corrupción dentro de una burbuja de inmunidad. Ese coctel propició el abrazo al independentismo que ahora, cada vez más, arrogan los catalanes.

 

De esta manera llegamos a esta lamentable situación que parece insalvable en la que nadie da su brazo a torcer y que cuyo epílogo es la proclamación de Independencia de la República Catalana, algo que golpearía a la sociedad y a la economía de Cataluña, de España y de toda Europa.

 

Alguien me dijo en alguna ocasión en México que eso de la separación era impensable, porque España era mucho más grande que todo eso. Es cierto que España es grande; lo malo son los gobernantes mediocres y de bolsillo que no han sabido gestionar un asunto de Estado que afecta a todos.

 

caem