Nada será ya igual; acaso no peor, acaso no mejor, pero nada será ya igual en el norte de Londres.
Ciertamente desde 2018 se podrá ir al futbol con mayor comodidad, casi el doble de aficionados accederán a ver como local al Tottenham Hotspur (el aforo incrementará de 34 mil a 61 mil), se multiplicarán los ingresos del club en múltiples maneras, se dispondrá de mejores condiciones para prevención de desastres.

 
Nada será ya igual desde la llegada en metro a esa deslavada esquina, estación de metro a la que no se baja si no se sube y que en 1992, cuando el Tottenham recibía al Notthingham, fue amenazada de bomba por el Ejército Revolucionario Irlandés.

 
Nada será ya igual desde la parada en el British Queen Pub en esa incitadora callejuela llamada Love Lane o, a unos metros, en el Bricklayers Arms, tapizado de parafernalia de los Spurs y punto de reunión para los aficionados cada sábado por la mañana, antes de desplazarse en procesión a las gradas.

 
Nada será ya igual para los despachadores de Fish n´ Chips del área, impedidos por salubridad desde hace unos años a entregar el bacalao envuelto en pedazos de periódico, no era raro que uno se tragara en la mordida la foto de alguna leyenda spur como Glen Hoddle o la crónica del gol del partido; ese Fish n´ Chips que terminó por convertirse en el más representativo de las islas británicas, pero que nació en el este londinense creado por los inmigrantes judíos, que luego se lo llevaron hasta el norte donde tomaron como propio al club Tottenham (por ello, el apodo Yid Army).

 
White Hart Lane, casa del Tottenham desde 1899, se despidió este domingo y será demolido para hacer sitio a un futurista coliseo.

 
Ese estadio convertido durante la Primera Guerra Mundial en punto de ensamblaje de máscaras anti-gas. Ese recinto que tornaba caótico cuando décadas atrás se puso de moda llevar gallos a la tribuna, manera de honrar al logotipo del club (tomado de Sir Henry Percy, alias Harry Hotspur, quien en los 1300s organizaba por ahí peleas de gallos). Ese inmueble y sus mitos, como aquel que aseguraba que la centenaria estatua del gallo parado en un balón, estaba rellena de oro; mito tan repetido que algún directivo decidió abrirla, fuera a ser que tras el bronce se escondiera un gran tesoro. Ese césped que vio su córner convertido en morgue durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el blitz castigaba al norte londinense y en algún sitio debían colocarse los cadáveres para su reconocimiento.

 
Por todo lo anterior, nadie podrá extrañarse con las constantes afirmaciones de que en White Hart Lane hay actividad paranormal; alguno dice que ha escuchado pasar bombarderos nazis, otro ha buscado a sus espaldas un gallo que oyó cacarear, alguno más que si pasa un niño que no se ve, que si se abre sola una puerta o se mueve sin razón un torniquete.

 
Esa historia, como la del Arsenal con Highbury, como la del West Ham con Boleyn Ground, como la del Wembley original, ha terminado.

 
Los Spurs jugarán en el mismo espacio, aunque entre otras paredes. Ni mejor ni peor, pero diferente. Eso sí, cada que resuene The pride of North of London! We are the kings of White Hart Lane!, será con nostalgia de ese futbol que se fue.

 
Twitter/albertolati

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