Partidos quebrados y perdidos

 

Nadie se quita de la cabeza las elecciones presidenciales de 2018. En reuniones de amigos, en el taxi, en restaurantes, cantinas y desayunaderos, todos se preguntan qué pasará en un par de años; la gente ve ya acabado este sexenio y lo único que vislumbra en el horizonte mediato es incertidumbre y conflicto. Lo cual hace reflexionar sobre el agotamiento del sistema político mexicano y la urgencia por reformarlo para que responda a las necesidades de una sociedad ávida de estabilidad, paz, bienestar y crecimiento.

 

Y no le falta razón a los ciudadanos mexicanos que viven los efectos de las crisis política, económica y de seguridad que afectan al país y cuyos protagonistas responsables son los Gobiernos federal y locales y los partidos políticos, todos.

 

La crisis política es tan profunda que alcanza a todos los partidos, los cuales viven una fractura profunda que muestra la absoluta miopía de sus cuadros dirigentes que se debaten en una lucha interna brutal que puede terminar en escenarios de ruptura.

 

Por ejemplo, en el Partido Acción Nacional las cosas se han puesto cada vez más duras por las aspiraciones de su presidente, el joven Ricardo Anaya, a quien ahora tienen bajo fuego las corrientes de los Calderón-Zavala y Gustavo Madero, que buscan que deje prematuramente la presidencia del blanquiazul con el fin de anular las posibilidades de ser candidato presidencial.

 

El PRI sigue sin brújula con el liderazgo artificial de Enrique Ochoa, a quien no le compra nadie su campaña contra la corrupción, lo que -por cierto- significa que tampoco se la creen al presidente Enrique Peña Nieto y a su gobierno en sus pretendidos esfuerzos por acabar con el tráfico de influencias en las dependencias de la administración a través del Sistema Nacional Anticorrupción.

 

Qué decir del Partido de la Revolución Democrática y sus canibalescas prácticas que lo tienen en una circunstancia de emergencia frente a su ahora principal adversario Andrés Manuel López Obrador y su Movimiento de Regeneración Nacional.

 

Así las cosas, es claro el agotamiento del actual sistema de partidos, pero también el del modelo de gobierno mexicano. El presidencialismo ya no da para construir el liderazgo y los acuerdos para construir gobiernos representativos de la sociedad mexicana, y tampoco para lograr los consensos necesarios con el fin de llevar a cabo un programa de desarrollo que saque a México de estas recurrentes y más bien permanentes crisis política, económica y de seguridad.

 

Por desgracia, ni en los partidos ni en la sociedad organizada se ha abierto un debate real y concreto sobre el nuevo modelo de sistema de gobierno que requiere México; casi todos parecen más ocupados en pelearse los despojos de un país que se cae a pedazos que por construir los nuevos cimientos de una República rica y justa para todos. El debate parece estar más centrado en buscar responsables y chivos expiatorios que en construir salidas reales a estas crisis que ahogan a un país en el que cada vez más se ahondan las diferencias económicas y sociales.

 

Todos los actores políticos siguen aferrados en medrar del usufructo del poder público y en la destrucción de sus adversarios para garantizar para sí los beneficios del poder público. La gran tragedia de México estriba en que no hay un polo social y político que se enfoque en empujar el diseño y construcción de un nuevo México en que quepan todos, y todos sean los beneficiarios de su crecimiento y desarrollo.