En México y en muchas partes del mundo, los grupos sociales y fuerzas políticas ejercen con soltura un doble discurso producto de una doble moral que por un lado exige el cumplimiento de la ley y por el otro desprecia y rechaza a las instituciones democráticas. ¡Que renuncie! Es el grito más frecuente en sus proclamas, como si la renuncia de un funcionario fuera la varita mágica que resolverá los problemas de una nación.

 

 

Esa visión simplista lo que oculta es precisamente el verdadero rostro antidemocrático de políticos y líderes sociales cuya acción se puede describir coloquialmente como un “quítate tú para ponerme yo”, que responde más a sus intereses de poder que a la necesidad real de cambio político y social de México y otras latitudes. Así, han llamado en México todo el sexenio a la renuncia de Enrique Peña Nieto y recientemente al gobernador de Chiapas, Manuel Velasco. En la administración del panista Vicente Fox llegaron al grado de querer tumbar a Andrés Manuel López Obrador y ahora, bueno, hasta en Estados Unidos ya hay peticiones de renuncia contra Donald Trump.

 

 

Es una desgracia que la lucha por el poder entre grupos de interés impida que las fuerzas sociales y políticas pongan el énfasis en las debilidades de las estructuras y diseños legales e institucionales que reducen los controles a los gobernantes y que no cuentan con mecanismos claros y expeditos para la rendición de cuentas de los altos funcionarios; pero no sólo eso, sino el trayecto a seguir en caso de que un gobernador o un Presidente sea relevado del cargo.

 

 

Es precisamente esa doble moral, esa falta de respeto en los hechos, la ley y desprecio a las instituciones intrínseco a toda la clase política mexicana lo que hace verdaderamente riesgosos y sospechosos esos llamados a la renuncia de tal o cual gobernante que se quedan en inflamados discursos y declaraciones pero que no avanzan por el camino legal, precisamente porque esa vía rinde menos frutos en el terreno mediático, la arena pública y la disputa electoral.

 

 

No se ve a los eternos promotores de renuncias en entrevistas, mitines, marchas y plantones proponiendo rediseñar a un sistema político presidencial que ya no da de sí, en el que compiten fuerzas políticas sin mayorías claras y que llegar al poder sin el sustento suficiente para hacer gobierno y avanzar sus programas en el Congreso.

 

 

En el momento de mayor crisis del sistema político mexicano se oye a muchos desgañitándose como si exigir renuncias fuera la panacea y a pocos o ninguno proponiendo un nuevo modelo de partidos y gobierno que nos lleve al parlamentarismo, para obligar a nuestros partidos devenidos a minoritarios por su profundo desprestigio a construir mayorías a partir de alianzas y acuerdos públicos basados en un plan de gobierno y que los someta a la autovigilancia y la transparencia para evitar el despilfarro y la corrupción.

 

 

Así las cosas, sin llegar al extremo de aquéllos que en las voces críticas al gobierno ven a conspiradores traidores a la patria, hay que ver con desconfianza y escepticismo a los que piden renuncias sin proponer reformas y cambios que vayan más allá del “quítate tú para ponerme yo”.