El odio y la descalificación siguen siendo las constantes en el debate público y social en México; la conversación en las redes sociales a propósito de la entrevista que hiciera recién el periodista Carlos Loret al virtual candidato presidencial de Morena, Andrés Manuel López Obrador, es ejemplo del deteriorado y bajuno ánimo nacional, donde la rabia y la sinrazón son la constante y la tolerancia y el respeto la excepción.

 

Más allá de coincidir o no con las proclamas de López Obrador, vale la pena reflexionar sobre el tono y los argumentos de quienes apoyan o rechazan al político tabasqueño. Quien se atreve a exponer comentarios críticos sobre AMLO y su proyecto es de inmediato apabullado por una cascada de descalificaciones en su mayoría agresivas e insultantes que tienen como respuesta un discurso discriminatorio y de un tono pretendidamente condescendiente, aunque en ambos lados del campo de batalla se llegan al final a reproducir los mismos modos de descalificación al contrario.

 

La parte triste y preocupante es que más allá de que unos a otros se califican de ignorantes, vendidos, estúpidos, corruptos y ocupen un largo listado de adjetivos para aderezar sus diatribas el simple hecho de poner bajo una mirada crítica a López Obrador y Morena o a Enrique Peña Nieto y el PRI basta para que aquél que ose juzgar a su tlatoani y su partido a la luz de los hechos y la memoria sea puesto en las filas del bando contrario y la diana contra la que lanzan sus dardos pretendidamente justicieros o institucionales.

 

Los odiadores del lopezobradorismo o el priismo –que no son pocos- parecen empeñados en desterrar del debate público la reflexión y la crítica libres, empeñados en que todo aquél que las ejerza sea por definición un “súbdito del poder” o un “vendido al gobierno” por un lado o un “chairo, naco, pejezombi enemigo del sistema” por el otro.

 

Para ellos no existe, en esa miope óptica, el hartazgo ante la evidente corrupción que permea a todo el Gobierno federal y a los de los estados y tampoco el rechazo a la radicalización, la destrucción institucional y como formas de cambio social y político.

 

Ambos bandos han llenado con sus gritos la discusión pública, acallan con violencia verbal a los que piensan diferente, difaman a los que buscan otros caminos ante esta polarización destructiva, se mofan de quienes piensan que es posible el diálogo y el acuerdo, se niegan a ceder y prefieren que el país se colapse para pretender demostrar que la debacle fue culpa de los otros, deslindándose de su responsabilidad en la crisis que hoy vivimos como si ni formaran parte todos de un sistema político quebrantado y corrupto en todas sus partes.

 

En fin, que no son capaces de hacerse cargo del país que supuestamente buscan rescatar y llevar adelante. Y a las voces sensatas que acallan una y otra vez les falta ánimo para entrar a la conversación y debatir, ya sea por un íntimo y también discriminatorio sentido de superioridad o por temor a la avalancha de irracionalidad que derrochan ambos bandos.

 

El panorama sigue así y es desolador.

 

Vuelta obligada

Adiós a Tovar

 

Edificar la Secretaría de Cultura era una tarea de la estatura de Rafael Tovar y de Teresa. Muchos querrán el puesto pero no podrán llenar el espacio que deja un hombre universal, ecléctico y conocedor de los caminos y las herramientas para construir instituciones sólidas y trascendentes. Su pérdida es mayor para México ante la certeza lamentable de que no hay hombres en la cultura nacional como don Rafael.

 

Vuelta forzada
Mirada a China

 

 

El gobierno de México está ya en la ruta de fortalecer sus relaciones políticas y económicas con la República Popular de China ante el catastrófico escenario que se vislumbra con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Ya está previsto el encuentro entre los cancilleres Claudia Ruiz Massieu y Yang Jiechi. Pues no le queda de otra al gobierno de Enrique Peña Nieto ante el absoluto fiasco que representó para la dignidad nacional y las relaciones exteriores mexicanas la visita de Trump recomendada por Luis Videgaray.