Pelucas, maquillaje y barbas, tacones o zapatillas, glamur y vulgaridad. En la creciente cultura del “vogue” en México cada uno se expresa como quiere en unas batallas de baile con poses y movimientos que desafían el género y la discriminación del colectivo LGBT.

 

“En México, la publicidad y los medios solo representan un cierto tipo de cuerpo: lo blanco y lo rico. En el ‘vogue’ hay toda un estética que celebra la diversidad de los cuerpos: morenos, torcidos, gordos. Todos tenemos una cabida“, dice a Efe Omar Feliciano, alias “Franka Polari”.

 

Omar es una de las precursoras de esta cultura que en México aterrizó hace unos cinco años, a pesar de que se popularizó en los 80 en las barriadas más pobres de Nueva York.

 

En 1990, Madonna lo acercó al gran público con una canción del mismo nombre, pero el movimiento se reivindica como mucho más que eso.

 

Con altibajos, el “vogue” se extendió con los años por varios países hasta llegar a México, un país con 1.310 asesinatos de gays, lesbianas y trans desde 1995 a mayo de 2016.

 

En las competencias o “ballrooms” la pista deviene un lugar sin prejuicios donde brillan sueños y reivindicaciones.

 

Siobhan Guerrero tiene 35 años, es investigadora en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y se define como una chica trans que, sin el “vogue”, buscaría todavía su identidad.

 

“Es un espacio de autodescubrimiento y validación, de reinventar la relación con mi cuerpo y encontrar un espacio de camaradería que me permitió dar el paso hacia la transición”, explica.

 

EL "VOGUE", UN BAILE A LA LIBERTAD COMBATE LA DISCRIMINACIÓN LGBT EN MÉXICO

 

La escena “voguera” se divide por casas. En México hay cinco y cada una tiene al menos una “madre” o un “padre”, el líder o lideresa del grupo que, como en una familia, enseña a sus “hijos” la cultura y el baile.

 

“House of Drag”, conformado en su mayoría por drag queens, ensaya en un pequeño estudio de la Ciudad de México.

 

“¡Las dos nalgas al piso!”, remarca a sus ahijados Bryan Cárdenas, “madre Zebra”, mientras retumba en la diminuta sala electropop ochentero.

 

El baile combina “gatos”, pasos para avanzar por el escenario, “patos”, rápidas patadas en cuclillas, veloces movimientos de manos y en el suelo, y unas espectaculares caídas con una pierna doblada.

 

“Se requiere entrenamiento, condición física, creatividad, seguridad y fuerza. En las casas damos fuerza a los hijos. A veces la gente no viene empoderada, sino cabizbaja”, explica Zebra, bailarín y estudiante de comunicación de 22 años.

 

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Con otros dos compañeros, Uriel “Mika Ehla” De Bravo avanza en fila por el estudio y se lanza al suelo sin miedo, ejecutando boca arriba poses desde seductoras a desafiantes.

 

“El ‘vogue’ se volvió mi vida. Bailamos a diario, a todas horas”, cuenta este chico de 21 años.

 

Le agradece al “vogue” haber sacado la “mujer atrapada” en él, pero también “una masculinidad” que “desconocía” y usa en las competiciones.

 

En clase convergen energía e ilusión con cansancio y sudor. Reina la camaradería y una sana rivalidad.

 

En Cuautitlán Izcalli, en el Estado de México, el más poblado y uno de los más violentos del país, se celebra un “ballroom” en una disco gay.

 

Los contendientes lucen vestidos y maquillajes variopintos, de lo casual a lo excéntrico. Uno lleva una falda y un cuello de tul con volantes, como un arlequín, y unos guantes que simulan patas de cangrejo.

 

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Una drag queen se contonea látigo en mano y otro lleva una larga capa de Superman y tacones plateados.

 

Ante la atenta mirada de los jueces se compite en “Runway” (pasarela), “Old way” (viejo estilo), “Baby Vogue” (para principiantes) y “Vogue Femme” (en el que se explora la feminidad).

 

Primero se hace una “audición”, y si se supera, se batalla a dos o a tres hasta que solo queda uno.

 

Sorprenden los apodos que se lanzan entre ellos, a medio camino del cariño y el insulto.

 

“Gordita chic” y “chico raro” son algunos de los “bufes” (piques) que se escuchan.

 

“El ‘vogue’ se apropia del insulto. Nosotros mismos nos nombramos jotos (maricones) para incomodar”, explica Cárdenas.

 

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El “vogue” también combate los estereotipos dentro del colectivo LGBT, donde reina el del gay guapo, masculino y musculoso.

 

“Dentro del ambiente LGBT hay mucha misoginia. Entre más femenino eres mal visto, y aquí no”, cuenta Michel León, “Mikonika Q.”, una arrolladora drag queen con barba y taconazos.

 

Tras dos horas de espectáculo, las y los contendientes se saludan, se abrazan.

 

“El vogue es vital y es energía”, resume Franka Polari, madre de House of Apocalipstick y jueza en esta competencia.

 

El movimiento y su lucha van para largo. En 10 años, Cárdenas anhela que el “vogue” haya acabado “con los roles de género” y la represión hacia “lo gay, lo latino y lo pobre”.