Una opción es analizar por separado cada caso, cada arresto, cada proceso legal contra algún directivo vinculado a la FIFA y distinguir sus particularidades.

 

Otra, igualmente indispensable, es ubicarlos todos en el mismo punto de inflexión comenzado exactamente dos años y dos meses atrás, con la detención de varios dirigentes en un hotel de Zúrich. Algunos por pagos ilegales cobrados al organismo, otros por tráfico de influencias y conflictos de interés, unos más por corrupción al interior de su propia federación, muchísimos por haber utilizado el sistema bancario estadounidense para lavado de dinero, otra buena parte por haber vendido sus votos a cambio de beneficios.

 

Lo relevante es que los gestores del fútbol fueron intocables todavía en Brasil 2014; por ahí andaban, disfrutando de los palcos más exclusivos, de suites presidenciales, de una vida de máximo lujo, Joseph Blatter, Jerome Valcke, Michel Platini, Jack Warner, Jeffrey Webb, Nicolás Leoz, Eugenio Figueredo, Julio Grondona, Mong Joon-chung, José María Marín incluso como titular del Comité Organizador y Marco Polo del Nero como presidente de la federación anfitriona; ahí estaba también Ángel María Villar.

 

Villar ha sido el último alto cargo de Blatter en caer. Por mucho tiempo comisionado del arbitraje en la FIFA, bajo severo criticismo en España, sostenido según algunos por los éxitos de su selección, parecía que había sobrevivido al tsunami.

 

No dejaba de ser sospechoso que su hijo ocupara un altísimo puesto en la CONMEBOL, una de las confederaciones más bombardeadas por acusaciones de corrupción. Él, acababa de reelegirse al frente de la Real Federación Española y lucía intocable también en su posición dentro del Comité Ejecutivo de la FIFA. Disponer de una de las selecciones más renombradas de la última década, tener bajo su mando a figurones como Xavi, Casillas, Puyol, Ramos, Iniesta, Xabi Alonso, Piqué, David Silva y un larguísimo etcétera, abría a sus pies el paraíso de la comercialización. Más o menos como lo vivido –hoy sabemos, también con sucios manejos– por las federaciones de Argentina y Brasil.

 

El asunto es que hasta mayo de 2015 resultaba extraño que una autoridad del fútbol fuera sometida al peso de la ley. Si se exponía la corrupción era sólo tras rupturas internas (Mohammed bin-Hammam, Ricardo Teixeira), lo que dejaba a los personajes a salvo de persecuciones legales y sólo suspendidos de cargos en el fútbol; épocas en las que si cualquier autoridad osaba perseguir a un dirigente corrupto, la FIFA sacaba las garras y acusaba de injerencia gubernamental, de politización del juego.

 

Eso se acabó. Hoy el ex presidente del Barcelona está preso, lo mismo que el todavía titular de la federación española y tantos, tantos, tantos más. El tsunami no se ha terminado, aunque sepamos que la corrupción y la podredumbre tampoco.

 

Lo de Villar no tiene que ver en fondo con lo de los demás individuos enlistados: cada cual cayó por una específica situación. Sí tiene que ver, demasiado, en forma, en momento, en coyuntura.

 

Me atrevo a asegurar: sin lo que comenzó en mayo de 2015 en Zúrich, Ángel María habría continuado en su silla, tan privilegiado y campante, tan indiscutido e impune, manejando a la federación como su empresa particular.

 

Twitter/albertolati

 

caem

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