No sé lo suficiente de macroeconomía como para poder juzgar el trabajo de Luis Videgaray. En los últimos días he leído y escuchado análisis en los que se culpa a la reforma hacendaria de la desaceleración económica. Tampoco he elaborado mi juicio personal al respecto porque, como muchos mexicanos, sigo sin entender qué hicieron, sólo sé que estoy más fiscalizado.

 

 

Pero hay un hecho contundente: México no crece. Me detengo y miro la gráfica de crecimiento económico del país en los últimos 50 años. Comienzo con un año espectacular: 1964, 11.9%. Termino con el pronóstico del actual, 2.7%. Miro los demás picos, 9.7% en 1979 y 6.8% en 1997. Luego veo los valles -4.2%, -3.8%, -6.2% y -6% en 1983, 1986, 1995 y 2009. La línea tendencial es notoriamente descendente.

 

 

Observo datos de países que nos han rebasado en las últimas décadas: China, con crecimientos de hasta 20% (1970) y al menos 20 años de los últimos 50 ha crecido por encima del 10%. Corea, nueve de los últimos 50 creció más del 10%. México, uno solo. Algo sucedió allá que aquí no ha ocurrido.

 

 

Queríamos reformas. Ahí están las reformas. Queríamos democracia. Ahí está. Queríamos libre flotación. Ahí está. Pero siempre hay algo más que nos hace falta. En la época del crecimiento económico más espectacular, del desarrollo estabilizador, hubo motores simultáneos de la economía: financiamiento, baby boom y economía de posguerra. No los hay hoy.

 

 

Políticos corruptos siempre ha habido. Cuando crecíamos más, los técnicos de la Secretaría de Hacienda eran más escasos y con una formación más limitada y nacional. Ahora estamos llenos de graduados de universidades estadunidenses. Bastaría que cualquiera de ellos hiciera un ejercicio econométrico entre tecnócratas y crecimiento económico para descubrir que la relación es negativa.

 

 

Observo los proyectos detonadores del crecimiento económico, todos siempre precedidos del anuncio oficial, el presidente, el gobernador, un embajador o el primer ministro de alguna nación desarrollada, el “CEO” de un corporativo internacional y el anuncio de “se crearán tantos miles de empleos”.

 

 

Viajo a San José Chiapa, en Puebla, a observar las implicaciones de estos anuncios: 300 hectáreas, más de 10 mil empleos, más de dos mil millones de dólares de inversión. Gracias, Audi. ¿Cuánto se pagó a los ejidatarios por hectárea? ocho mil pesos. Escribo en Google: “ofertas empleo San José Chiapa” y encuentro una enorme lista de oportunidades. ¿Llegó el desarrollo? Llegaron empleos, pago electrónico y hábitos estandarizados de la clase media trabajadora: compra en supermercados, ropa importada, autos de marcas extranjeras con 50% de componentes importados.

 

 

A donde miremos ocurre lo mismo: en la ruta del dinero, en nuestros “éxitos” económicos, en dos o tres pasos ya dimos con una gran empresa y con importaciones. Nunca hay agua fresca hacia el mercado interno. Mucho menos hábitos que lo favorezcan (como ir de compras a pie y no en coche). Pocos venden mucho y caro a muchos, muchos venden poco y barato a pocos.

 

 

Y no hemos dicho nada del derecho de piso, el robo de combustibles, los litros de gasolina de 900 mililitros, la burocracia para abrir negocios, la falta de créditos para algo que no sea un automóvil o una vivienda suburbana. Creamos polos de desarrollo que se cuentan con los dedos de la mano y donde éstos terminan comienzan los guetos, los migrantes internos que fueron por los empleos peor pagados y por el subempleo.

 

 

Desde los años 80 estamos esperando que la inversión extranjera haga el desarrollo. Hemos tenido años espectaculares en esta materia, pero al final de cuentas seguimos con crecimientos apenas superiores al crecimiento poblacional. Lo bueno es que también el crecimiento poblacional va a la baja.