Para los miles de “cooperantes” cubanos que viven en Venezuela, que de hecho controlan la burocracia y los servicios médicos, el panorama de severa escasez, racionamiento y ausencia hasta de lo más mínimo indispensable en las tiendas debe parecerles una especie de deja vu.

 

Los cubanos ya lo vivieron durante el llamado Periodo Especial, hace 25 años, en 1990, que siguió a la caída del socialismo en Europa del Este y el desmoronamiento de la Unión Soviética que dejó huérfana a la isla, sin la indispensable ayuda de sus antiguos “camaradas”. Pero Cuba, que confirma el dicho imposible de que “los patos le tiran a las escopetas”, –pues domina a un país nueve veces más grande y tres veces más poblado, poseedor de las más inmensas reservas petroleras del mundo– supo pronto pegarse a una nueva ubre, que es ahora Venezuela, la cual sin embargo está a punto de secarse.

 

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Cuba hizo un trato muy ventajoso con Venezuela, ya que a cambio de recibir 100 mil barriles diarios de crudo y otras ayudas diversas que totalizan 10 mil millones de dólares al año, le envió un ejército de brigadas médicas y expertos en seguridad y educación, entre otros temas.

 

Cuando el fallecido Hugo Chávez, el Padre de la Revolución Bolivariana, lanzó el concepto de “socialismo del siglo XXI”, probablemente veía en el modelo cubano como el ideal a alcanzar. Y se hizo realidad ese anhelo, sólo que en su versión más extrema ,pues ese socialismo parece más bien el “regreso a la era de las cavernas” como ocurrió con los cubanos en el periodo especial.

 

La situación es tan grave, tanto para los venezolanos que viven dentro como fuera del país, que pareciera que su desmoronamiento es inminente.

 

Carlos Flores, periodista de investigación y escritor, señala a 24 Horas que “lo peor de vivir en Venezuela es presenciar, hora tras hora, día tras día, el deterioro y total colapso de un país”. Desde la llegada de Nicolás Maduro al poder, su gobierno ha estado marcado por “pequeñas, medianas y grandes crisis, que hoy se han llegado a convertir en una gigantesca bola de problemas y calamidades, todas producto de las terribles decisiones de Maduro y su team de gobierno, y las precedentes de Hugo Chávez”, señala Flores, autor de Temporada caníbal (Random House Mondadori, 2004).

 

“Jamás en la historia contemporánea de Venezuela se había palpado un nivel de inutilidad tan grande como el que ha evidenciado Maduro”, considera el escritor, quien señala que “lo peor entonces es ver cómo Venezuela se hunde en una espiral destructiva, que ha acabado con su economía, humilla a sus habitantes y los responsables se niegan a afrontar su gigantesca carga de culpabilidad”.

 

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Para el periodista, los venezolanos están desesperados por ver que “esto se acabe, que ya salga Maduro del poder” pero también admite que existe el miedo de que un golpe de Estado y que los militares tomen las riendas.

 

“Nuestra historia reciente demuestra que ningún militar debe ocuparse de funciones en la administración pública. Militares a sus cuarteles, pero no a la política. Sin embargo, hay un sector de la población que siempre está a la espera de que algo así ocurra. Yo espero que no se convierta en realidad”, considera.

 

Los venezolanos viven a diario un calvario que les arrebata el aliento y les va minando su imbatible espíritu poco a poco.

 

“La vida de un venezolano es muy, pero muy difícil. Hay dos carencias esenciales que nos afectan a todos por igual: alimentos y medicinas”, refiere Flores.

 

Sobre los medicamentos, hay falta de fármacos para las enfermedades crónicas y degenerativas, pero tampoco productos como condones ni píldoras anticonceptivas que previenen enfermedades o evitan embarazos. Alguien puede pasar seis y hasta ocho horas para adquirir uno o dos productos, pero tiene que descuidar su trabajo o su actividad escolar, lo que hizo surgir un nuevo oficio, que es en realidad todo un “subsistema económico”, como lo llama Flores, el de “bachaquero”, la persona que hace todas las filas y luego revende los productos a precios estratosféricos de hasta cinco veces su valor.

 

Jacinto Romero, un caraqueño soltero sin hijos, de 27 años, prefiere no hacer colas y comprar a los “bachaqueros”, porque dice que no se puede dar el lujo de “gastar mi tiempo” en hacer filas, pero señala que “te levantas preocupado, pasas el día así y luego casi ni duermes”.

 

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Ana Zambrano, educadora de 41 años, también caraqueña, casada y con una hija, señala a 24 Horas , que suele hacer colas todos los días al terminar su jornada laboral en la escuela porque “siempre hace falta algo, y más si tienes chamos (niños)”.

 

“Yo tengo grupos por WhatsApp donde me avisan qué se está vendiendo aquí o allá. Pero la semana se te va haciendo colas; a veces sin saber ni siquiera que están vendiendo”, expone.

 

Ante la situación calamitosa de su país, funcionarios del gobierno  recurren a declaraciones descabelladas de humor involuntario que suenan a burla como aquella de Maduro en la que aconseja a las mujeres “peinarse con los dedos” para no usar la secadora ante la falta de luz o la de la ministra de Salud, Luisana Melo, quien pide “cepillarse los dientes sólo una vez al día para evitar la escasez de pasta dental” y atribuye al “capitalismo salvaje” la costumbre de hacerlo tres veces.

 

Para Flores, las medidas adoptadas por Chávez son “una total y absoluta locura, porque el sistema asistencialista establecido por el carismático dirigente “obsequia todo” a los ciudadanos, matando su espíritu emprendedor y haciéndolos caer en la “vagancia” y en el rechazo a trabajar.

 

Las medidas funcionaron mientras los precios del crudo estaban por encima de los 100 dólares el barril hasta mediados de 2015, pero con las tarifas por debajo de los 20 dólares en enero o aún actualmente a 40 dólares las cosas se pusieron tan mal que Venezuela está quebrada.

 

Con la principal represa del país –el embalse de Gurí- al borde del copalso, Maduro decidió implementar una dieta energética y determinó que los burócratas sólo trabajen lunes y martes para ahorrar energía eléctrica y le dio libre los viernes a los estudiantes de nivel básico, “para ahorrar”.

 

“¿Cómo se reactiva la productividad de un país dejando de trabajar? Creo que ya sabemos la respuesta”, señala Flores.

 

Jacinto, gerente de una zapatería, dice que las ventas “están por el suelo” mientras Maduro aumenta el salario mínimo, lo cual resulta incosteable en “una economía estancada”.

 

Pero mientras lidian con los desafíos de ganarse el pan de cada día, también libran otra lucha que los cubanos no pudieron darse el lujo de llevar adelante, la de sacar del poder a la dictadura que los oprimía. Para ello organizaron el “firmazo”, es decir, la recolección del suficiente número de rúbricas para obligar al mandatario a someterse a un referéndum revocatorio que podría obligarlo a renunciar prematuramente. Contra lo que se creía, lograron reunir en apenas tres días, 1.8 millones de firmas.

 

Jacinto se muestra escéptico sobre el “firmazo”, porque no cree que una dictadura pueda ser reemplazada por las vías democráticas, pues “los tiranos no saben de votos”. En todo caso, lo peor que puede suceder, a su justo entender, es que “aprueben el referéndum y Maduro les meta trampa y lo gane” y ahí –dice lapidario- “se termina de joder este país”.

 

El futuro en Venezuela se antoja por tanto sombrío, como hace notar Flores, para quien “las cosas siempre pueden y van a empeorar, mientras continúe Maduro y su régimen en el poder”. No obstante, puede ser que la crisis se extienda “más tiempo, que no se realice el referendo y que, como ya estamos viendo, se incremente la escalada violenta que comienza a sentirse en varias ciudades del país, con protestas, saqueos y fuego en las calles”, afirma en tono pesimista.

 

Ante este panorama, el país caribeño está en un “callejón sin salida”, pues como dice Flores, a la escasez se añaden la criminalidad y violencia pública, “además de los rumores de desestabilización y la confrontación política –que es demasiado ruda”.

 

“El venezolano vive en un estado diario que bordea en la desesperación”, expone el escritor, reflejando un pensamiento en el que coinciden todos los entrevistados.

 

Con sus penurias sin límites, los venezolanos están en riesgo de enfrentar una hambruna que derivaría en una verdadera crisis humanitaria en el corto plazo, en una guerra civil o en un golpe de Estado o todo junto.