Mientras Angela Merkel votaba en su colegio electoral soñando volver a ser canciller de Alemania por cuarta vez consecutiva, una joven mexicana de pelo chino, espigada y con la obligación sobre sus hombros se dejaba las piernas sobre las calles empedradas de Berlín.

 

Úrsula había venido de México a Berlín para correr el maratón del domingo pasado. Estuvo a punto de cancelar el viaje tras la tragedia que asoló la conciencia del pueblo de México. Pero su hermana y su marido, ambos paramédicos, le dieron la idea para que su esfuerzo tuviera sentido.

 

Ya no se trataba de correr el maratón por una superación personal. Quería hacer algo por sus hermanos, por ese pueblo que continúa lamiéndose sus cicatrices, por ese pueblo cuya solidaridad se ha convertido en global, con el puño en alto, cerrado, tricolor; con las manos entrelazadas, yuxtapuestas en el dolor, en la unión del abrazo, en el quejido sordo, en el llanto para los adentros.

 

Entonces, mientras Angela Merkel quería volver a tocar el cielo con sus manos, Úrsula lo hacía con los pies en cada paso, en cada metro, en cada kilómetro, dejándose el sudor de todos los mexicanos en el suyo propio, depositando el cansancio de sus connacionales en cada kilómetro hasta completar los 42. Vendió cada kilómetro a la causa de la reconstrucción de México. Lo hizo a través de las redes sociales. Correría por todos los que compraran kilómetros, y el dinero recaudado iría a parar a fundaciones y organismos para ayudar a México.

 

Con su bandera mexicana corrió, y corrió y corrió más mientras Angela Merkel depositaba su papeleta en la urna.

 

Astrid, Roberto, Heidi eran algunos de los nombres que llevaba escritos en sus piernas, nombres anónimos que habían aportado dinero en la carrera de Úrsula, ésos que conforman la intrahistoria todos los días, ésos que trabajamos todos los días para intentar hacer un mundo mejor.

 

Y esos anónimos fueron aportando sus emolumentos y esos emolumentos fueron a parar a fundaciones, fuera mucho o poco lo que recaudó Úrsula. El gesto es lo relevante. Lo demás es lo de menos. No era lo que se consiguiera, sino en la gesta por correr por una causa loable destrozándose las piernas en el maratón, dándole sentido a esos 42 kilómetros infernales para que el pueblo mexicano pudiera estar algo más sereno, para que México no se sintiera tan solo.

 

Eso es lo que hizo Úrsula aquí en Berlín. Eso es lo que hacen muchos mexicanos que viven fuera de su país para estar unidos en el dolor por nuestro México.

 

Y mientras Úrsula perdía el aliento en el último kilómetro, Merkel depositaba su papeleta en la urna. Por cierto, que ganó de nuevo, igual que Úrsula.

 

caem