Esta semana fui al cine a ver una bella película: “Words and Pictures” (Traducida como “Lecciones de amor”, en España). Una historia de amor cocinada a fuego lento, entre una brillante y atormentada profesora de pintura y un tierno profesor de literatura, en conflicto con su ego (Ego: En el psicoanálisis de Freud, instancia psíquica que se reconoce como yo, parcialmente consciente, que controla la motilidad y media entre los instintos del ello, los ideales del superyó y la realidad del mundo exterior, RAE). Ambos entregados a su vocación con pasión, se enfrentan a una simbólica guerra para demostrar que tiene más valor: Las imágenes o las palabras, ¿Qué nació antes: Las pinturas rupestres o las palabras para comunicarnos? ¿Qué impacta más: Una imagen o la palabra adecuada?

 

Un estudio publicado en la revista científica “Psychophysics”, realizado por la Doctora Mary Potter, de la Universidad de Cambridge, dice que el cerebro procesa la información visual 13 milisegundos (Milisegundo: Unidad de medida del tiempo que equivale a la milésima parte de 1 segundo, RAE), antes que una palabra. El ojo permite la entrada de información visual al cerebro, que la procesa rápidamente en base a objetos y situaciones ya conocidas. El 90% de lo que nuestro cerebro retiene es visual. Procesamos las imágenes hasta 60.000 veces más rápido que los textos. Los japoneses que son los maestros del lenguaje conciso, escriben con ideogramas (Ideograma: Imagen convencional o símbolo que representa un ser o una idea, pero no palabras o frases fijas que los signifiquen, RAE). Observo los emoticonos e ideogramas en “Whatsapp” y compruebo con asombro, que hay infinidad de símbolos que nunca he usado, potente ideogramas japoneses en este ordenador en miniatura.
 

Gabriel García Márquez escribía sus novelas rodeado de cinco diccionarios. Uno de los escritores universales más importantes, tenía pulcro (Pulcro: Delicado, esmerado en la conducta y el habla, RAE) cuidado en la utilización de la palabra correcta. Vivimos con el lenguaje que creamos. Las palabras son el alimento del ser humano, de ellas nos nutrimos y con ellas compartimos nuestra vida, con nosotros y con los demás. Hay palabras sanas y palabras tóxicas: “Matemos el tiempo”, “qué pésimo día”, “estoy hasta los coj…”, “qué sufrimiento”. En alguna ocasión nos “machacamos” con frases del tipo: “Que fea estoy”, “soy un desastre”, “que tonto soy” o las que justificamos: “Estoy contenta pero no demasiado”, “este vestido es un trapillo cualquiera”, “no soy bueno en mi trabajo”. Las palabras crean nuestra vida y son el espejo de lo que pensamos. “Háblame para que yo te conozca”, decía el filósofo Séneca.

 

¿Quieren saber quién gana en la película: Las palabas o las imágenes? Avanzo una pista:

 

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