El primer Mundial de futbol llegó al perímetro de Sochi dos años antes que el de la FIFA. Fue en 2016, sólo que a diferencia del que se inaugurará en junio de 2018, en él participaron selecciones de países no reconocidos internacionalmente y no fue en ese futurista estadio heredado por los Olímpicos invernales de 2014, sino en dos canchas derruidas y golpeadas por metralla, apenas unos kilómetros hacia el este de Sochi: una a treinta kilómetros, la otra a cien.

 

Abjasia, Selección anfitriona de aquel certamen, se logró imponer a cuadros como el de Chipre del Norte o Kurdistán; con el primero comparte el ejercer una independencia rechazada por la comunidad internacional y protestada por sus vecinos –en el caso de los norchipriotas (turcos) los vecinos son los sudchipriotas (griegos)–; con el segundo (kurdos diseminados por Irak, Turquía y varios lados más), Abjasia comparte el anhelo de usar al equipo de futbol para acelerar el nacimiento oficial del país.

 

Sin embargo, muchísimo más relevante que el hecho de que ese Mundial se haya anticipado en un par de años al de 2018, es que el certamen de FIFA se vaya a desarrollar sobre un césped ubicado a tres kilómetros de la frontera entre Rusia y Abjasia: nunca una Copa del Mundo se jugó tan cerca de un territorio en disputa, de un sitio que formalmente continúa en guerra, de un reducto que no se sabe si es una extensión más de la inmensa Rusia, si es una nación soberana o si es un área perteneciente a Georgia (como los georgianos claman y por lo que incluso sostuvieron una guerra con los rusos en 2008). Mismos tres kilómetros que separaron al Parque Olímpico de Sochi 2014 de esa convulsa frontera; de hecho, desde el techo de la arena de hockey es posible contemplar la torre de vigilancia y la tensa barda que separa a los países.

 

Las fechas así lo permitieron: en 2007 el COI concedió la sede a la ciudad rusa, inconsciente de que en 14 meses estallaría una guerra a tres kilómetros del pebetero.

 

Para comprender la problemática, hace falta remontarnos siglos, cuando la Rusia zarista tomó control sobre Georgia, como también lo hizo sobre la propia Sochi –puntos estratégicos por conectar a Europa con Asia, por enlazar a mar Negro, mar Caspio y Mediterráneo.

 

Los georgianos siempre tuvieron cultura e idioma muy diferentes, aunque las campañas de “rusificación” llevaron a poblaciones rusas hasta varios confines, incluida la actual Georgia y toda ex República Soviética.

 

Ahí radica el problema, porque cuando se disolvió la URSS, Georgia se independizó con todo su territorio, incluidas dos porciones habitadas por mayorías rusas; una de esas porciones fue Abjasia, gran parte de cuyos habitantes quisieron desde entonces adherirse a la gigante Federación Rusa. Como muestra futbolera, el único equipo georgiano que se inscribió en la liga soviética de 1992, fue el Dinamo Sukhumi, por supuesto de Abjasia.

 

Como toda frontera, la que da acceso a Abjasia (o a Georgia, según la versión), tiene su hilera de coches, chequeo de pasaportes, aseguradoras, banderas, gasolinera.

 

Sólo que aquí la barrera divide nociones históricas muy complejas, conflictos de varios siglos y la certeza de que jamás habrá una solución que satisfaga a todos.

 

Abjasia fue vecina de los Olímpicos de invierno y es vecina del Mundial, un polvorín tan lejos de firmar la paz como cerca del mayor evento deportivo del planeta.

 

Twitter/albertolati

 

aarl

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