Pues por más que he preguntado no he conocido a alguien que piense que en México necesitamos más partidos políticos. Es una aberración el abrir nuevas ofertas en una nación que, además de tener un sistema electoral obscenamente costoso, no tiene liderazgos políticos probos, con real vocación de servicio.

Pareciera que el nuevo Instituto Nacional Electoral está legitimando el saqueo del presupuesto público creando partidos políticos de poca monta que, a la luz de la historia democrática de México, han sido prebendas, negocios familiares pues, para algunos particulares.

Prebendas a cambio de mermar los votos que se disputan los tres partidos que concentran la mayoría de los votos en los comicios federales e intermedios, bueno, de los dos partidos con las maquinarias de operación política menos sofisticadas y eficientes.

Resulta aberrante que el INE, en vez de limpiar “la casa”, eliminar prácticas amañadas, vicios y fraudes electorales, y fomentar la mayor participación ciudadana en los procesos comiciales, esté muy activo en invitar a más beneficiarios a la repartición millonaria de financiamiento electoral.

Todos los partidos existentes deberían primero ser seriamente evaluados de acuerdo a su desempeño y su aportación real al país. Castigar ejemplarmente las prácticas fraudulentas en los procesos comiciales y, además, juzgar de acuerdo con la ley a los reguladores que solapen esos actos haciéndose de la vista gorda.

En un país con tantas carencias y rezagos sociales resulta inverosímil constatar el despilfarro de recursos públicos en el financiamiento de partidos de poca monta, que no cuentan con una oferta sensata basada en una plataforma política seria y que, además, postulan a viejos políticos conocidos nuestros que han desfilado por otros partidos y que han dado muestra de incongruencias morales y de ambiciones de poder patológicas.

No hay líderes que verdaderamente enarbolen un movimiento acorde primero con la realidad del país y alineado a las tendencias del mundo, las cuales, nos guste o no, son definitivas para ser competitivo en la era de la globalización.

Somos un país cuya democracia está representada en términos electorales en siete partidos con registro. INE, ¿por qué no evaluar cuáles son las fuerzas que no hacen absolutamente nada en términos de aportación política para sustituirlos por otras opciones?

¿Por qué no primero innovar la operación para limpiar de prácticas sospechosas -por decir lo menos- los comicios en el país? ¿No sería bueno que el INE enarbole como factor diferencial con el extinto IFE? O ¿por qué no inaugurar una procuraduría que atienda quejas en torno al desempeño de funcionarios elegidos por la vía del voto para activar juicios a través de las instancias correspondientes?

Al término de enero pasado eran 52 las organizaciones que habían manifestado su interés por constituirse en partido político nacional. Al final solo tres entregaron la documentación de ley.

Un país con siete partidos políticos contendiendo debería ser un ejemplo de pluralidad política, claro, siempre y cuando dentro de los requisitos de ley se exigiera liderazgos probos de intachable reputación, y congruencia absoluta entre su proceder y sus plataformas filosóficas.

Y donde el árbitro de las contiendas electorales haga valer la ley, acepte llamar a rendición de cuentas a quien la ciudadanía denuncie, y aplique sanciones verdaderamente ejemplares -como retirar el registro- al partido que incurra en prácticas ilegales para “ganar” el voto ciudadano.

Sin embargo, a pesar de tener una democracia pluripartidista, México no cuenta con liderazgos probos ni con estructuras arbitrales que garanticen lo anterior. Y no la tiene porque el nivel promedio de escolaridad ciudadana es de siete años, es decir la formación cívica, reflexiva, indagatoria y de exigencia de la sociedad mexicana como un todo, es comparable a la de un muchacho de primero de secundaria.

Para alcanzar el futuro anhelado México debe cambiar o, de plano, acabar de morir.