LILONGWE.  Cuando las estrellas de la música acudan este lunes a la ceremonia de los premios Grammy en el Staples Center de Los Ángeles, toparán con una compañía inusual: un grupo de presidiarios de Malaui nominado al mejor disco de Músicas del Mundo, el Zomba Prison Project.

 

Su cantante, Elias Chimenya, está condenado por asesinato; el bajista, Stefano Nyerenda, cumple diez años por robo, y junto a ellos otros trece reos que tienen a un guardián como letrista y que han logrado el improbable sueño de una nominación en los Oscar de la música.

 

“No podemos creer que haya pasado”, admite a Efe el director del programa de rehabilitación de presos del Ministerio del Interior de Malawi, Kennedy Nkhoma, el impulsor original de este proyecto, nacido en 2013.

 

Él fue quien compró los primeros instrumentos a los músicos con su propio dinero, y todavía hay veces que se une a los coros en algunas de sus actuaciones.

 

“Cuando iniciamos la banda, el objetivo era ayudar en la reforma de los internos. Enseñamos muchas materias en las prisiones pero no a todos les gusta la escuela tradicional, así que optamos por ofertar clases de música y muchos se apuntaron para aprender a tocar la batería o la guitarra”, explica.

 

El proyecto fue adquiriendo envergadura -llegaron a participar hasta 60 músicos- y las actuaciones, limitadas al entorno carcelario, se fueron sucediendo.

 

Hubo conciertos para los familiares de los presos, para los funcionarios y para las comunidades vecinas. La música, incontenible, superó los muros de la prisión para llagar hasta los oídos del productor estadounidense Ian Brennan.

 

Ganador de otros cuatro premios Grammy y creador de series televisivas (entre ellas Glee), pasó dos semanas en Zomba a mediados de 2013 y seleccionó a los 16 músicos que finalmente grabarían “I have no everything here”, un álbum que vio la luz en 2015.

 

Junto a él estuvo su esposa, la fotógrafa y cineasta Marilena Delli, quien rodó un documental sobre el proceso.

 

“Nos fuimos de Zomba sin saber siquiera si la música vería la luz, porque tardamos más de un año en encontrar una compañía discográfica que la publicara, pero solo un acto de creación semejante ya había merecido la pena”, cuenta el productor estadounidense a Efe.

 

El disco está compuesto por veinte canciones que hablan de los problemas y de las emociones de un recinto que acoge a dos mil internos, aunque fue construido para albergar a 350.

 

Las enfermedades, la malnutrición, el contagio de enfermedades y el remordimiento por los crímenes son los temas más recurrentes de unas letras cantadas en chichewa, la lengua oficial de Malaui.

 

Canciones como “Please, don’t kill my child” (por favor, no maten a mi hijo) o “I kill no more” (Ya no mato), evocan los temores y lamentos de sus protagonistas entre sonidos de prisión y melodías tradicionales de este país africano.

 

Las mujeres presas que forman parte de la banda tuvieron el papel más relevante en la grabación del álbum, componiendo, supliendo la falta de instrumentos de percusión con cubos e inventando solos de guitarra para más de la mitad de las canciones.

 

“Decían que no eran compositoras, pero cuando una de ellas se armó de valor y nos presentó una canción fue como si se abrieran las puertas para todas las demás, que desde entonces no pararon de ofrecernos música”, recuerda Brenan.

 

El director del programa de rehabilitación cree que la música ha curado la maldad de estos presos. “Algunos tienen incluso varias condenas, pero también mucho remordimiento por sus actos pasados. Están reformados, ya no representan una amenaza para la sociedad”, asegura Nkhoma.

 

A pesar de los convencimientos de este funcionario, es improbable que alguno de estos presos pise la alfombra roja de los Grammy.

 

Si estarán, según ha confirmado el propio Nkhoma, dos de los guardias que participan en el proyecto y conviven a diario con este grupo de convictos que ha decidido dar una oportunidad a su vida a través de la música.