En Los Pinos se disponían ya a descorchar botellas.

 

El equipo del secretario de Desarrollo Social tenía todo preparado para “lanzar” la imagen de José Antonio Meade en cuanto el Coneval validara los datos procesados por el INEGI (sobre el ingreso en los hogares) y declarara triunfalmente que la pobreza en el país disminuyó hasta en 30%, si no es que más.

 

Pero la pretendida celebración y la campaña subsiguiente tuvieron que suspenderse abruptamente.

 

Porque ni en el equipo de Enrique Peña Nieto, ni en el de Meade, esperaron el airado rechazo que provocarían por lo “inverosímil” de los resultados y por el cambio de metodología del INEGI en su medición, sin previo aviso, sin protocolo alguno y sin ninguna explicación.

 

Mucho menos esperaron que Gonzalo Hernández Licona, secretario ejecutivo del Coneval —principal consumidor de esta encuesta porque es su pieza clave en la medición de la pobreza—, manifestara públicamente su rechazo e indignación ante tal desaseo.

 

Y por supuesto, se negaría de inmediato a utilizar las nuevas cifras del INEGI para presentar su medición de la pobreza (prevista para el 26 de julio), pues salir con que la pobreza disminuyó 30%, o más, desacreditaría, a su vez, al Coneval.

 

Así que puso su raya: la nueva medición “no es comparable con la anterior”, declaró tajante para defender al Consejo que encabeza: “Se rompió el comparativo de los últimos 25 años…”, subrayó.

 

Robles y Sojo, responsables.- ¿Pero quiénes son los responsables directos de cambiar de manera unilateral la metodología del INEGI —sobre la medición del ingreso en los hogares— en la parte operativa?

 

La idea viene desde los tiempos de Rosario Robles. Ella se quejaba de las mediciones del INEGI, alegaba que la situación de la pobreza mejoraba en el país y que lo que fallaba era la encuesta del INEGI. Que había que cambiar la metodología.

 

Y efectivamente, el cambio de metodología se hizo durante la etapa en que Robles encabezaba todavía la Sedesol (dejó el cargo en agosto del año pasado) y en que Eduardo Sojo estaba al frente del INEGI (salió el 31 de diciembre pasado).

 

Sólo que quienes hoy resultan dañados por esa decisión es, en primerísima instancia, el INEGI como institución. Perdió su credibilidad.

 

Luego, su director, Julio Santaella, quien no ha sabido defender, ni explicar, los motivos que llevaron al INEGI a cambiar su método; ni ha dado respuesta a los cuestionamientos de Hernández Licona.

 

En tercero, Meade. Los números y las estadísticas de las que tanto gusta, jugaron en su contra esta vez. La bala de plata le dio en el pie y detuvo su despegue.

 

El ex secretario de Hacienda tendrá que buscar otra plataforma para lanzar su campaña, si no quiere ser abucheado por los más acreditados especialistas en temas de pobreza.

 

Y por si no fueran suficientes los daños colaterales, el Gobierno federal queda también tocado. Le hace ver como tramposo.

 

Gemas: obsequio de Enrique Peña Nieto sobre la Casa Blanca: “Reconozco que cometí un error. Este error afectó a mi familia, lastimó la investidura presidencial y dañó la confianza en el Gobierno. En carne propia sentí la irritación de los mexicanos, la entiendo perfectamente”.