Frente a las cámaras y grabadoras, los panistas que ayer dejaron de ser gobierno se decían serenos y sin resentimientos al dejar el poder al que llegaron en el año 2000. Sus rostros, sin embargo, mostraban la tristeza de quienes prometieron cambios al por mayor y se fueron sin lograrlos, desplazados por el partido al que culpaban de todos los males del país.

 

La primera alternancia sólo duró 12 años y al concluir su periodo de gobierno el partido que se opuso al régimen de partido único durante 50 años llegó en franca división: en su última reunión de amigos, el viernes 30 de noviembre en Los Pinos, no estuvieron el actual presidente del PAN, Gustavo Madero, ni uno de sus antecesores y gran amigo de Felipe Calderón, Germán Martínez.

 

Dos figuras del partido, el primero en llegar a la Presidencia cobijado en sus siglas, Vicente Fox, y la candidata en 2012, Josefina Vázquez Mota, marcaron su distancia; el primero apoyando a Enrique Peña, la segunda, sin aparecer en acto de su partido o que presidiera Calderón, aunque sí estuvo en el mensaje del priista en Palacio Nacional.

 

Rogelio Carvajal, representante del PAN ante el IFE y uno de los responsables de la defensa de Felipe Calderón ante los órganos electorales hace seis años, dice que los panistas están en un periodo de reflexión para dilucidar por qué perdieron la confianza de los ciudadanos, pero siente “satisfacción y orgullo” por el legado de sus 12 años en el gobierno.

 

Menos optimista, Rafael Giménez, quien fue el director de Opinión de la Presidencia, asegura que el PAN “está en su peor momento en años con crisis por falta de liderazgo, sin sentido de rumbo, con problemas serios de corrupción por la toma de control del partido por parte de políticos nocivos en varias entidades del país, muchos de ellos ex priistas (Miguel Ángel Yunes en Veracruz, Ulises Ramírez en el Estado de México).

 

 

Salida en la sombra

 

La salida de Enrique Peña Nieto del recinto de San Lázaro resume bien la nueva situación de los panistas. Todas las cámaras se enfocaron en los gestos del nuevo gobernante y quienes lo acompañaban, nadie se percató de que unos pasos atrás, eclipsado por Manlio Fabio Beltrones, iba Felipe Calderón, ya ex presidente, quien desde el 1 de diciembre es “sólo Felipe”, como él mismo anticipó.

 

Felipe Calderón Hinojosa sólo recibió atención media hora antes de entregar la banda presidencial, cuando llegó al recinto de San Lázaro; se le veía nervioso, giró sobre su propio eje y observó el escenario de lo que sería su último acto como jefe del Ejecutivo.

 

Seis años pasaron para que pisara nuevamente el Palacio Legislativo, al cual nunca asistió durante su mandato. Ayer, fue recibido en la entrada principal y no por el acceso trasbanderas por el que ingresó en 2006 para tomar como presidente.

 

Arropado por diputados y senadores de Acción Nacional, quienes vestían corbata azul, a Calderón lo acompañó, hasta el último momento, su vocera Alejandra Sota, quien no perdía detalle y continuó vigilante ante cualquier indicación de su jefe.

 

Sonriente, Calderón saludó a cada uno de quienes salieron a recibirlo, con algunos se detuvo por segundos para cruzar palabras, a otros sólo les estrechó la mano, a algunos más les dispensó un efusivo abrazo.

 

Cruzó la puerta de cristal, sin su esposa Margarita, quien ocupó un lugar en la tribuna de invitados junto a Angélica Rivera, mientras escuchaba las voces de los fotógrafos: “¡Felipe, Felipe; foto Presidente!”. Él sonrió por un momento y luego apretó los labios al presentar honores a la bandera.

 

Vestido con un traje oscuro llega a las escalinatas del salón de sesiones, en donde ya lo esperan rostros de melancolía, de felicidad y otros más de encono.

 

Entre aplausos y porras que coreaban “¡se ve se siente Felipe está presente!”, “¡Fe-li-pe, Fe-li-pe, Fe-li-pe!”, y no pocos que lo tachaban de asesino, entró al salón de sesiones, con rostros sonriente, pasó saliva y esperó.

 

A las 11:05 tomó su lugar en la mesa directiva, al lado de su amigo y compañero de partido, el senador Ernesto Cordero; se puso de pie, se retiró la banda presidencial y, en un acto inédito, la besó para después entregarla a quien encabezará el gobierno de los Estados Unidos Mexicanos.

 

Ya sin ser el imán de las miradas y las cámaras, entonó el himno nacional, para luego despedirse de los ahí presentes como el simple ciudadano que dice ser ahora. Tras unos pasos rápidos ganó la explanada y sin detenerse llegó hasta su camioneta, que partió escoltada por un grupo de guardaespaldas. Allá, a lo lejos un diputado gritó: “¡adiós Felipe!”. Hace seis años llegó entre la gritería, ayer se despidió en medio del silencio.