En el caótico Túnez de fines de 2010 y principios de 2011, un hombre era defendido con cantos lo mismo por revolucionarios que por conservadores, por religiosos que por laicos.

 

Personaje que, pese a su íntima cercanía respecto al derrocado dictador, continuaba siendo aclamado en marchas. Quizá no hubo otro individuo tan vinculado al depuesto régimen que lograra sobrevivir a la Primavera Árabe; ese movimiento exportado a tantas naciones de la región y que derribaría a tan longevos mandatarios, pero surgido ahí, en Túnez, cuando un vendedor ambulante se prendió fuego en protesta porque la policía le robó su mercancía.

 

Ese hombre se llama Slim Chiboub y, a la par de ser yerno de quien gobernó a Túnez por 24 años, del eterno Zine el Abidine Ben Ali, fue el personaje más importante del deporte tunecino: antiguo voleibolista que encabezaría al comité olímpico nacional, que formaría parte del Comité Ejecutivo de la FIFA (fue de quienes participaron en la muy discutida votación que dio la sede del Mundial 2006 a Alemania por encima de Sudáfrica) y que manejaría con inmenso éxito al club más popular del país, el Esperance.

 

Por ello en el clima de revanchismo y agitación que se vivía a inicios de esta década, Chiboub pudo subsistir: porque a su alrededor tenía un ejército de aficionados, tan prontos para exigir la renuncia de su poderoso suegro, como para pedir indulgencia para el directivo que llevó al Esperance a diez títulos de liga en trece años y a su primera Champions africana.

 

La figura de Slim Chiboub también había sido medular para el inicio de las protestas que desembocarían en la Primavera Árabe. Fue en los estadios de futbol donde se superó una barrera infranqueable: la de no gritar en contra del clan Ben Ali, la de no criticar en público a cuanto rodeaba al régimen. El camino resultó más o menos corto desde el ataque verbal contra el Esperance, hasta el que apuntó primero hacia su directivo, acusado de amañar resultados, y luego de lleno hacia el suegro. La oposición clamaba lo contrario: que se propiciaba la violencia en las gradas como distractor político…, aunque Joseph Blatter se referiría a Ben Ali como promotor mundial de la paz.

 

Túnez no pudo calificar a Sudáfrica 2010 tras perder en los minutos finales con Mozambique. Algunos insisten que ese resultado, que el clasificarse al que habría sido su cuarto Mundial consecutivo, hubiera amortiguado lo que unos meses después se desataría (como, con más argumentos, sí se establece que sucedió para el gobierno de Hosni Mubarak con la selección de Egipto eliminada del mismo torneo).

 

Sin serlo, la Primavera Árabe parece lejana en el tiempo. De cuantos países tocó o abrazó, Túnez, no con pocos problemas por resolver, resulta el modelo a seguir, al grado de haberse otorgado el Nobel de la Paz 2015 a su cuarteto negociador.

 

Este sábado, Slim Chiboub es libre para seguir el partido entre Guinea y Túnez que podría devolver a las apodadas Águilas de Cartago a un Mundial; sería la primera calificación desde que su suegro huyera a Arabia Saudita, no sin antes incluir en el equipaje 60 millones de dólares en oro.

 

Twitter/albertolati

 

caem

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