Francia, sin duda, uno de los países más politizados del mundo, lleva casi 10 meses enfrascado en un tenso proceso electoral, desmenuzando campaña tras campaña, debate tras debate, mitin tras mitin, sin cesar, hasta el cansancio.

 

 

Apasionados por las batallas ideológicas, desde el otoño pasado, los galos acudieron a las urnas 7 (sic) veces, primero en las primarias de centroderecha, semanas después en las primarias de la izquierda socialista, más tarde en las presidenciales cuyo resultado conocemos de sobra -todas a doble vuelta-, a las que se suma la primera de las dos rondas legislativas. Ahora nos dirigimos secando el sudor de nuestra frente hacia el desenlace final: la conquista por parte del flamante mandatario francés, Emmanuel Macron, del gran templo de la democracia, la Asamblea Nacional, en el duelo definitivo de los comicios parlamentarios.

 

 

Junto con el partido centrista MoDem, La República en Marcha, el movimiento transversal creado por Macron hace apenas poco más de un año, tiene asegurados entre 420 y 455 escaños parlamentarios sobre un total de 577. El maremoto parece inevitable. Todavía a mediados de mayo, un escenario así parecía extraído de un cuento de ciencia ficción.

 

 

Diez meses analizando los múltiples programas, votando en medio de escándalos de corrupción, golpes bajos, traiciones y vueltas de tuerca, ¿todo eso para dejar el corazón de la democracia francesa en manos de un solo partido, para instaurar “the single-party regime”? Ésta es la pregunta que se hacen hoy con un dejo de ironía los grandes analistas políticos y los propios electores.

 

 

Con sus 39 años, desconocido por el gran público hace sólo dos años y medio, Macron arrasó, confirmando no sólo el desplome del sistema de alternancia en el poder desde prácticamente el fin de la Segunda Guerra Mundial entre los grandes partidos tradicionales (socialista y conservador gaullista), sino también la caída en picada de los extremos: el nacionalpopulista Frente Nacional de Le Pen, cada vez más fragmentado, y la izquierdista Francia Insumisa de Mélenchon (la versión francesa de Bernie Sanders) que no supo movilizar a su electorado en esta nueva contienda.

 

 

Macron pone a la oposición contra las cuerdas haciéndola casi invisible, lo que hace aumentar la preocupación por el monopolio de representación nacional del joven Jefe de Estado hasta dentro de sus propias filas. Ahora el mandatario, que algunos empiezan a etiquetar como una especie de Napoleón IV, podrá gobernar sin ningún tipo de obstáculos, sacar adelante leyes sin tener que buscar pactos o alianzas con el resto de los grupos parlamentarios.

 

 

Pero hay que darle a las cosas su justa dimensión. Este triunfo inédito se ve muy empañado por un abstencionismo récord, de 51.3%, así como por la alta tasa de voto en blanco o nulo. Finalmente, sólo cerca de seis millones de los 47.5 millones de franceses inscritos en las listas electorales depositaron su voto a favor de Emmanuel Macron en la primera ronda de las legislativas. ¿Cómo explicar lo ocurrido? A la falta de suspenso, el cansancio electoral acumulado y la apatía general debemos añadir el deseo de los abstencionistas de pasar el siguiente mensaje: “No me adhiero a las ideas del liberalismo económico macroniano construido sobre las ruinas del viejo Partido Socialista, recién expulsado del poder”.

 

 

En el país que se enfrenta al desempleo de masas, la creciente precariedad social, desequilibrios de las cuentas públicas, la crisis identitaria y amenazas terroristas permanentes, el descontento social tendrá que canalizarse en alguna parte. La calle suele ser el escenario ideal para desahogar la rabia contra los gobernantes franceses.

 

 

Las promesas de Emmanuel Macron son muchas: suprimir 120 mil puestos de funcionarios del Estado, imponer recortes presupuestarios, firmar acuerdos comerciales transatlánticos, otorgarle más poderes a los patrones a través de la temida reforma laboral, en fin, respetar escrupulosamente las reglas de la globalización financiera. Todas ellas pueden cumplirse sin mayores contratiempos entre los muros de la Asamblea Nacional. Las iniciativas propuestas por el Ejecutivo Macron podrán adoptarse sin ninguna necesidad de debate. En caso de dificultades y para avanzar rápido, el Gobierno tiene a su disposición el famoso artículo 43 de la Constitución, al que puede recurrir sin titubeos para que las leyes queden aprobadas por “decretazo”.

 

 

Si bien no tendrán mucha presencia en el Parlamento, los populismos no han muerto, no se ha evaporado 40% de los franceses que votaron en las presidenciales a favor de los extremos, tanto de derecha como de izquierda. Ellos no ocultan su hostilidad al programa Macron, que califican de proestablishment defensor del mundo de las finanzas al servicio del capitalismo salvaje.

 

 

En el ambiente se palpa la incertidumbre y el miedo, un miedo sobre todo a una nueva “revuelta popular”.