A Trump, cada día más, se le atragantan sus simpatías rusas. Empezó, todavía en campaña, con elogios arrebatados a Putin, un verdadero líder en su opinión, no como el blandengue de Obama, y pocos meses más tarde no halla cómo sacarse de encima al objeto de sus quereres y a las finísimas personas que lo acompañan. Se habla de que los rusos podrían tener un video comprometedor suyo, guarrísimo, cuya difusión sería un golpe de muerte.

 

Es dudoso. Pero aun sin el video, es más que cuestionable defender al responsable de los bombardeos implacables contra la población siria, o cantar las loas del régimen que ordenó un ciberataque para minar la democracia en tu país.

 

Eso es cuestionable. Negar que tu equipo de campaña mantuvo contactos con funcionarios rusos y luego tener que despedir al consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn, porque sí los tuvo y mintió, y que lo mismo ocurra con tu fiscal general, Jeff Sessions, y con tu yerno, Jared Kushner, y con tu jefe de campaña, Paul Manafort, eso de plano es una vergüenza.

 

 

¿Qué les pasó a Trump? Evidentemente, que cayó en manos de políticos incluso menos escrupulosos y sin duda más astutos que él. Sin embargo lo que le pasó, en el fondo, es que no se puso a leer. Se sabe que el cheeto no abre un libro ni para buscar un billete extraviado, a diferencia de todos sus predecesores. Si lo hiciera, podría haber entendido lo que significa el poder en Rusia, es decir, la tradición complotista y represora de la que provienen Putin y por ejemplo su embajador en EEUU, Sergei Kysliak –responsable de embarrar a buena parte del elenco trumpiano–, ambos nacidos y criados en la URSS y su aparato de inteligencia, la KGB. Dos monstruos de la política rusa-soviética, o sea, monstruos diseñados para conservar el poder.
Y es que circula un libro que puede ayudar a entender el lío monumental en que está Trump. Es una historia de la dinastía que gobernó a Rusia desde los arranques del XVII hasta la revolución bolchevique. Se llama Los Romanov, y es del notable, muy popular historiador británico Simon Sebag Montefiore. ¿Cómo ayuda? Hay una línea de continuidad entre el modo brutal, sinuoso, marrullero en que conservaron el poder durante siglos los zares, especialistas en aplicar el terror y la intriga de los modos más contundentes y sofisticados, y el que patentaron los jeques soviéticos, con Stalin a la cabeza. Esa es la escuela de Putin, menos ostensiblemente cruel pero no menos eficaz.
Hay que leer, señor Presidente. En serio, es parte de la chamba.