Podían caer desplomadas las ideologías, podía cambiar el clima, podía alterarse el ecosistema, podían modificarse las fronteras, podían sucederse los tiranos, podía variar año a año, mes a mes, día a día, casi todo, hasta despojarnos de certeza alguna…, pero así como asumíamos que al siguiente amanecer el sol volvería a emerger, sabíamos que Francesco Totti se mantendría, inmutable, con ese diez de la Roma a la espalda.

 
Quizá por eso, él no fue el único que se despidió este domingo. Quizá por eso, con él dieron la vuelta al Olímpico romano un par de generaciones completas. Quizá por eso, sus lágrimas representaron a las de tantos –incluidos algunos de sus compañeros como el fiero Danielle de Rossi– que experimentamos idéntica nostalgia al ver al capitán decir adiós.

 
El valor de Totti es doble: por un lado, por su elegancia, por su genialidad, por su liderazgo, por su estética detrás de cada gol, por su don natural para hacer un futbol digno de la más alta costura exhibida en la romana Via Vittorio Veneto; por otro, por su fidelidad, por su exclusividad, por su incondicionalidad, por haber decidido que su idilio con el balón sería desde la monogamia, siempre portando ese uniforme gialloroso (“El último sedentario”, lo describía la pluma de Juan Villoro).

 
¿Cuántos millones más habría ganado Totti en el Real Madrid que suspiró por él cuando compraba galácticos a cada año, en la Premier League que le ofrecía cheques casi en blanco, en el Milán de Berlusconi que desde que tenía 13 años buscó llevárselo como reemplazado para sus holandeses en ese momento en boga? Nunca lo suficiente como para compensar el vacío de ya no jugar por amor sino por dinero, ya no por derecho sino por obligación, ya no por los suyos sino por los de otros.

 
Tan romanista como todo aficionado que lo veneró desde la Curva Sud del Olímpico, tan romano como Rómulo y Remo amamantados por la loba en el escudo del club, en la apodada Città Eterna, el capitán y máximo crack nos hacía confundir longevidad con eternidad.

 
Nacido en el barrio de Appio-Latino, a escasos metros de la Porta Metronia del muro aureliano, el César del balón totalizó más años de imperio que los acumulados por todos los emperadores romanos, salvo por el fundador Augusto. 25 años de reinado, cuyo pináculo fue el título de liga en 2001 junto a nombres que hoy remiten a un pasado remoto como el del vecino Coliseo: Aldair, Cafú, Gabriel Omar Batistuta, Vincenzo Montella, Abel Balbo, Christian Panucci, Emerson, Cristiano Zanetti.

 
Toda historia tiene que terminar y la de Totti en Roma no podía ser la excepción. A esta generación, despojada de certezas, se le va un agarre más.

 
Todo pasa y todo queda, Francesco Il Capitano se va.
Twitter/albertolati

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