Ha transcurrido más de una semana desde el fatídico 19 de septiembre, y nos aferramos a la ilusión de recuperar la normalidad. Ante la cruel sinrazón de la naturaleza, vivieron el horror los mexicanos y con ellos el resto del planeta. La angustia se vio potenciada por un sinnúmero de videos, testimonios y anuncios del apocalipsis que se asomaban desde nuestros smartphones. Urge pasar la página, pero es demasiado prematuro.

 

Algo ha cambiado para siempre, como pasó en París en noviembre de 2015, días después de los peores atentados terroristas conocidos por Francia, que se cobraron de un plumazo 130 vidas inocentes. Imágenes de cuerpos ensangrentados, repetidas una y otra vez, escenas de pánico en las calles, el trauma revivido al escuchar una sirena de policía, ambulancias o bomberos, al ver un paquete sospechoso en el Metro, el miedo a las multitudes, el miedo a un nuevo ataque, el miedo al propio miedo. Bienvenidos al reino de la paranoia. Aseguran los expertos que se trata de un trastorno normal y hasta sano, basado en la mentalidad de guerrero que nunca baja la guardia.

 

Por razones distintas nos volvimos más vulnerables, aquí y allá, a ambos lados del océano. Las emociones están a flor de piel. Puede pasarnos a cualquiera.

 

El drama de México lo eclipsó todo, pasaron desapercibidas las elecciones de Alemania con una frustrada victoria de Angela Merkel debilitada por la extrema derecha, pocos se fijaron en la revolucionaria concesión del permiso de conducir a las mujeres sauditas, al margen quedó el desafío por la independencia de Cataluña, sin mencionar eventos tan farandulescos como las Fashion Weeks de Nueva York, Milán o París.

 

Resulta imposible desviar la mirada de México. Desde las primeras horas tras el sismo, en medio de la impotencia y el dolor, se multiplicaron en Francia los gestos de solidaridad hacia las víctimas. En las redes sociales los franceses preguntan: ¿cómo puedo ayudar? Los mexicanos residentes en el país galo, más unidos que nunca, reaccionaron de inmediato. Actitudes similares hemos visto en Alemania, Polonia y Bélgica.

 

En pleno Festival Gastronómico Internacional de París, la célebre chef mexicana Mercedes Ahumada puso un gran botellón que pronto se llenó de donativos para los afectados. Varios restaurantes mexicanos organizan veladas cuyas ganancias irán a los más necesitados. Se ha movilizado la Asociación París-México, la Fundación Mexxa, la Maison du Mexique de la Ciudad Universitaria de París.

 

Hay una necesidad imperiosa de empujar por la misma causa. De la obligación de no cesar en la ayuda se hablará en el muy mediatizado Festival del Cine Mexicano de París y en el prestigioso Festival Internacional del Día de Muertos.

 

Hoy, todos somos México y todos estamos recibiendo una gran lección de cómo actuar unidos ante la adversidad.

 

Teorías de la conspiración

Éstas siempre surgen cuando ocurre un hecho brutal imprevisto. Existen desde los tiempos más remotos de la humanidad. Nos han querido vender la tesis de que Hitler fingió su muerte y se refugió en Sudamérica, de que Obama y Beyoncé pudieron ser clones de personajes ancestrales creados por los Illuminati, sin olvidar la negación del alunizaje de Estados Unidos. Para muchos, la fecha de dos potentes terremotos, el 19 de septiembre, no es una coincidencia.

 

Se me viene a la mente una catástrofe que mató a la élite política y militar de Polonia y aún hoy, más de siete años después, desata las pasiones más encontradas. El 10 de abril de 2010, el avión del entonces Presidente de Polonia, Lech Kaczynski, se estrelló con 96 personas a bordo, cuando se estaba preparando para aterrizar en la ciudad de Smolensk, Rusia. No hubo sobrevivientes. La versión oficial asegura que el drama se debió a un accidente, pero dos de cada dos polacos se inclinan a pensar que se trata de un atentado. ¿Por qué?

 

Porque fue altamente simbólica le fecha y el lugar del siniestro. Resulta que el mandatario polaco viajaba a Rusia para conmemorar el 70 aniversario de la matanza a manos de la Policía Secreta de Stalin de oficiales del Ejército polaco, uno de los peores crímenes de la Segunda Guerra Mundial. En 1940 fueron ejecutados uno a uno, a sangre fría, 22 mil militares polacos. Pasó en Katyn, cerca de Smolensk, justo ahí donde se dirigía el avión presidencial en 2010. Otra vez la maldita coincidencia de fechas.

 

caem