El pasado lunes, el presidente electo, Enrique Peña Nieto, puntualizó cinco grandes objetivos con los que su gobierno comenzará a trabajar a partir del 1 de diciembre próximo:

 

1 Mejorar la seguridad; con énfasis en la disminución de la violencia.

 

2 Reducir significativamente la pobreza extrema.

 

3 Elevar la calidad, cobertura y equidad en la educación.

 

4 Triplicar la tasa de crecimiento económico de la última década.

 

5 Recuperar el liderazgo de México en el mundo.

 

Si equiparamos esta lista con las recomendaciones de la OCDE respecto de que las economías emergentes deberían destinar inversiones en ciencia, tecnología e innovación, de cuando menos 1% del Producto Interno Bruto (PIB), con el fin de convertir al conocimiento en el motor de desarrollo económico y social, notaríamos cómo la ciencia puede actuar como impulsor transversal para lograr esas metas.

 

Si; leyó usted bien: la ciencia es la clave que puede generar las condiciones reales para mejorar la seguridad y que retorne la paz; reducir la pobreza extrema y que haya mayor justicia social; elevar la calidad de la educación y aumentar el acceso a ella; desarrollar la economía y fortalecer la competitividad, así como recuperar el liderazgo internacional de México en el entorno global.

 

Aunque la identificación de los cinco puntos estratégicos enunciados por el próximo Presidente de la República coinciden con la de las organizaciones y los actores de la llamada triple hélice (empresa, escuela y Estado), lo cierto es que, mientras del lado del gobierno se hace énfasis en las políticas y las obras públicas, en la comunidad científica imperan perspectivas de largo aliento:

 

Para amplios sectores de la academia y del empresariado no hay mejor camino que el conocimiento si se quiere mejorar nuestra situación económica o resolver los grandes problemas nacionales; de modo que, urge poner a la innovación al frente de la economía y a la ciencia al frente de la sociedad.

 

Las instituciones, organizaciones y actores que conforman el Foro Consultivo Científico y Tecnológico, AC (FCCyT) han venido insistiendo en que prácticamente no hay político mexicano que no esté convencido de que el desarrollo económico y social dependen claramente de la ciencia, la tecnología y la innovación. En el discurso se ha ganado, pero no en las acciones ni en la toma de decisiones. ¿Por qué esta inconsistencia?

 

Quizá porque los beneficios que la ciencia puede producir no se ven de inmediato. Así, mientras planteamos nuestros objetivos con base en el corto plazo, perdemos la perspectiva necesaria para entender que si hoy invertimos en ciencia, dentro de 10 años habremos crecido y seremos más competitivos.

 

¿De qué sirve que se abran nuevas plantas de manufactura en México si los productos que aquí se generan no llevan tecnología nacional?; ¿de qué puede servir que se eleve a rango constitucional la obligatoriedad del bachillerato si no hemos podido siquiera garantizar la educación básica de nuestros niños, niñas y jóvenes?

 

¡Qué bueno que tengamos muchas carreteras y distribuidores viales!, pero, ¿no sería mejor que produjéramos vehículos con tecnología nacional? ¡Qué bueno que dispongamos de programas asistenciales para todas las edades!, pero, ¿no sería mejor que desarrolláramos capacidades tecnológicas y profesionales del más alto valor? Desarrollo económico y social, sin la inversión necesaria para hacer ciencia básica de calidad –que es el punto de partida- no es sino una utopía.

 

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