Un descuido costará el título. Nada más ver a Tigres y River Plate, en la ida de la Final de la Copa Libertadores, se puede intuir cómo será la vuelta: cerrada, mordida, sin espacio para la gambeta.

 

Jürgen Damm se lo perdió a siete minutos del final. Después, el empate a cero estaba cantado para definir todo en el Monumental, ahí donde River quiere su tercer título continental, mientras que los felinos esperan ser el primer equipo mexicano en levantar la Copa. Mientras tanto, no hay nada para nadie.

 

Tigres debió haber tomado ventaja desde la primera mitad. Los felinos de Ferretti fueron amos del balón en la primera mitad. Controlaron y pasearon a placer y, lo más importante, llegaron al arco de Baroveno con peligro, pero la puntería de Sobis y Gignac no llegó al Volcán. Ni siquiera la dosis de fortuna necesaria, cuando un defensor de River desvió centro que terminó besando el travesaño ante la súplica de Bavoreno para que la pelota no entrara.

 

River Plate intentó no asfixiarse, con salida limitada al frente los hombres de medio campo como Ponzio y Sánchez. ¿Y el gol felino? Nada. Sobis cabeceó a quemarropa, pero a las manos del portero, Gignac tuvo la suya, pero no pudo controlar y así se fue el primer lapso.

 

Para el complemento, River apretó. Desde el banquillo argentino Gallardo mandó adelantar líneas y su equipo se apoderó del esférico en los primeros minutos. Hasta tuvo un par de llegadas al área bien resueltas por los zagueros felinos.

 

Tigres se sacudió la presión. El Volcán, mudo en el primer lapso, despertó y los de Ferretti volvieron a apretar, a meter a River contra su arco, pero el tiempo se escurría y de celebración… nada. River metió el partido a la congeladora, no lo ensució, simplemente sacó ese largo trance canchero digno de un equipo con centenaria prosapia que se llevó el empate a casa.

 

Los mexicanos juegan como locales y buscan tomar ventaja de cara al encuentro de vuelta en Buenos Aires.