La 69 edición del Festival de Cannes acaba de terminar. Con nombres que van desde veteranos como Ken Loach u Olivier Assayas, hasta rostros jóvenes como Andrea Arnold y el consentido Xavier Dolan, el palmarés de este año no falló en provocar el mismo número de reacciones positivas que negativas.

 

Y es que, siendo un festival de tanto prestigio internacional, que además siempre ha representado una ventana importante a las tendencias más contemporáneas del cine menos comercial, las expectativas cada año son tan altas como el peso histórico que, tanto el evento como lo que ahí se premia, representan en la historia del cine.

 

Para entender qué es lo que ha hecho durante todos estos años que la Riviera francesa siga siendo el escaparate más importante del cine cada Mayo, platicamos con Thierry Frémaux (en excelente español) en medio de la concurrida y ruidosa cafetería de un cine, durante el pasado Festival Internacional de Cine en Morelia.

 

El Fanzine: Hola, Thierry. Qué gusto conocerte.

 

Thierry Fremaux: Para mí también es un gusto conocerte…

 

EF: Jajajaja… ¿Sí? Pero si ni siquiera sabes quién soy.

 

TF: No, pero a mí siempre me da gusto conocer a gente nueva que se interese en el cine. Porque gente como tú y quien sea que vaya a leer esto son una parte tan primordial del cine, o más importante incluso, que gente como yo.

 

EF: Precisamente, me interesa que me hables de ti. Para muchos de nosotros el Festival de Cannes es una referencia y, estando tú al frente de uno de los eventos cinematográficos más relevantes del mundo, quisiera empezar sabiendo en qué momento de tu vida te enganchaste con el cine al grado de decidir hacer de él una parte tan importante de tu vida.

 

TF: A mí siempre me ha parecido que hablar del cine es una cosa natural. Es como leer, como comer o como amar la música. Todos lo hacemos, ¿no? Desde la infancia empecé a amar el cine y desde entonces lo quería tanto como a mis propios hermanos o amigos. Fue alrededor de los 16, cuando se separaron las rutas de esas relaciones, que empecé a sentir una fuerte conexión con el cine como una pasión. En la adolescencia empecé a ver más películas, a devorar el cine extranjero y con subtítulos, ese que muchos de mis amigos ya no conocían. Entonces mi obsesión llegó al nivel de aprenderme el nombre de los directores o actores hasta que, poco a poco, además del placer de ver películas como espectador, comenzaba a usar esa pasión como una ventana al mundo que me ayudó a construir una identidad propia. Pero también la suerte fue un factor importante.

 

Siempre viví en Lyon, que es una ciudad de cine. Ya como a los 22 años, que seguía en la misma ciudad estudiando historia, dedicar tanto tiempo a ver películas no era suficiente y éste permeó mi vida académica, haciendo que todos mis trabajos de la universidad los dedicara a él. Un día mis trabajos académicos me llevaron a una conferencia de prensa en el Instituto Lumière, en el ´82, y de inmediato me animé a preguntarle a Betrand Tavernier si no necesitaban a alguien, aunque se tratara de un trabajo no pagado.

 

Resultó que sí y estuve 8 años como voluntario ahí. Para pagar mis gastos, recuerdo, solía dar clases de judo mientras armaba mi tesis de historiador. Y aunque no la pasaba nada bien económicamente, recuerdo esos años con cariño, porque para mí el simple hecho de cargar las cajas con las películas en 35mm ya significaba trabajar en el cine de manera profesional. Era algo que simplemente disfrutaba como nunca antes había disfrutado.

 

EF: Pero a veces el cine como industria también quebranta ese romanticismo que reflejas contándome tu gusto por el simple hecho de cargar latas ¿Crees que es necesario ser un romántico del cine para dedicarse a él con verdadera pasión y no dejarse decepcionar por este feroz aspecto?

 

TF: Mira, yo amo tanto al cine que no puedo diferenciar entre los muchos mundos que lo conforman. Para mí, tanto el cine de autor como el cine comercial no dejan de ser cine y ya. Por supuesto que tengo una predilección y un gusto personales pero mi romanticismo no sabe distinguir. Yo me asumo como parte de la escuela de la generosidad, aunque eso tampoco quiere decir que me guste todo. Es una actitud. Yo procuro no decir cosas negativas sobre el cine porque su historia es grande, son 120 años y hay tanto que ver que, como director de Cannes no debo tomar una postura que segregue. Mi obligación es ver todo el cine posible, contemporáneo o clásico, independiente o comercial, sin hacer distinciones o dejarme llevar por estigmas previos. Porque si no lo haces así, y tú lo debes de saber, no tienes referentes históricos o de calidad para evaluarlo.

 

EF: Justo ahora que mencionas el Festival de Cannes, ¿puedes contarme cómo llegaste ahí? ¿Cuál fue la sucesión de hechos que te llevaron de ser un voluntario que carga latas a dirigir el evento cinematográfico más emblemático dentro de estos 120 años de cine a los que recién hiciste alusión?

 

TF: ¡Uf! Es una historia muy larga pero, para hacer un resumen, todo empezó un día que me llamaron y me ofrecieron dirigir la Cinematheque en París. Ya llevaba varios años haciéndome de un lugar y conociendo a varias piezas clave en la industria pero dije que no, porque quería quedarme en Lyon. Nunca me interesó conocer el éxito en París, a pesar de que en Francia esa es una de las grandes ambiciones profesionales. Pero entonces me llamó Gilles Jacob, el presidente de Cannes quien, sabiendo que rechacé el trabajo en París, me ofreció dirigir el festival.

 

A él también le dije que no porque no quería mudarme pero su insistencia lo llevó a considerar una petición que le hice. Yo estaba dispuesto a dirigir Cannes, siempre y cuando pudiera hacerlo desde Lyon durante el tiempo que está en pre producción. Él aceptó y desde entonces lo he hecho de esa misma forma.

 

EF: Si tú pudieras decirme tres elementos que han sido clave para diferenciar a Cannes de cualquier otro festival de cine, más allá de la obvia tradición y alcance que éste tiene, ¿cuáles serían?

 

TF: Hay un secreto y una alquimia muy particular… Y no te los voy a decir porque es un secreto. Pero la verdad es que no me atrevo a reflexionar acerca de por qué Cannes es Cannes, ya que ni siquiera yo estoy seguro de saberlo. Yo creo que es mejor no saber, o al menos yo no quiero saber pero, respecto a mi trabajo en particular, siempre he creído que mi labor es mantener Cannes como el festival más prestigioso en el mundo. Si soy sincero, desde aquella llamada de Gilles Jacob he avanzado y crecido con el festival sin siquiera detenerme a pensar cómo o hacia dónde vamos. Lo que tengo claro es que, a donde sea que vayamos, vamos juntos con el público, los autores y hasta los periodistas como tú, porque el festival es en realidad una obra colectiva de todos los que, como yo, amamos el cine. Eso es Cannes.