Cuando a mediados de la semana pasada, el gesto soberbio de Donaldo Trump se agudizó en altivo tras firmar un documento por el cual Estados Unidos reconocían a Jerusalén como la capital de Israel, aquí, en la Ciudad Santa, hubo muchos que lo aplaudieron. El sueño hebreo de que Jerusalén pudiera ser la capital de Israel comenzaba a tener cierta forma.

 

Pero no todos lo festejaron. Ni mucho menos.

 

Ayer caminaba por uno de los barrios ortodoxos de Jerusalén.

 

Temprano se había hecho de noche. Hacía mucho frío. Entré en un restaurante kosher.

 

Un mesero joven, alto y de nariz aguileña me preguntó en un perfecto inglés sobre mi comanda. Se percató de que era español y comenzó a hablarme con un castellano que parecía de Valladolid. Era judío sefardita y vivió muchos años en España. Resultaba inevitable una conversación sobre Donaldo Trump y su “caprichosa” resolución.

 

No ocultaba su satisfacción, pero también una preocupación que, por otra parte, resultaba lógica.

 

Ismail Haniya, líder de los terroristas de Hamás, que tiene su base en la Franja de Gaza, pero que extiende sus tentáculos por toda Cisjordania, había hecho llamados a “días de la ira” para la liberación total del “yugo” judío.

 

Menajem, como se llamaba el joven mesero, me recordó todos los atentados terroristas que había cometido Hamás a lo largo de toda su historia contra inocentes israelíes. Me recordó los hombres bomba que se detonaron por Alá en los cafés de Haifa, de Tel Aviv, de Jerusalén. Me habló de los kamikazes que hicieron lo mismo en camiones repletos de inocentes. También me narró los acuchillamientos en las calles céntricas de las ciudades importantes de Israel. Y aquello le preocupaba. Sí, le preocupaba porque sabía que la consecuencia del apoyo de Trump podría desencadenar en una ola de atentados sin control. Por eso a Israel no le queda más remedio que seguir siendo fuerte.

 

Ahora mismo todos los ojos de sus vecinos y, por lo tanto enemigos de Israel, están puestos en Jerusalén. Todos ven a la Ciudad Santa como el símbolo a conseguir.

 

Ahora más que nunca intentarán que Israel se sienta vulnerable. También por eso el Ejército hebreo está en alerta. Saben que Hamás y la yihad Islámica -o lo que queda de ella- están pergeñando acciones terroristas igual que Hezbolá -hijo pródigo de Irán, enemigo irreconciliable de Israel- desde el sur del Líbano. Todos ellos y otros más golpearán siempre que vean una oportunidad.

 

También los hermanos musulmanes, la contraparte de Hamás, esperan su ocasión para vengar todas las humillaciones que Israel le ha propinado a Egipto en los últimos 70 años.

 

Y ante este complicado panorama, el Ejército de Israel está a la defensiva sabiendo que la Comunidad Internacional no respalda la decisión unilateral de Trump.

 

Muchos albergan la esperanza, casi como una ensoñación, de que Jerusalén pueda ser, alguna vez, capital de Israel. Y a eso se van a aferrar con uñas y dientes en contra de la comunidad internacional, pero con la anuencia impulsiva de Donaldo Trump.