Varias comparaciones son obligadas en torno a Joaquín El Chapo Guzmán.

 

La primera:

 

En enero de 2001 pudo retirarse tranquilo del penal de Puente Grande, Jalisco, porque el gobierno de Vicente Fox no lo declaró objetivo prioritario y por ende no lo buscó con interés.

 

Había elementos en contra de la administración panista.

 

A su arribo a Los Pinos desmontó los cuerpos de inteligencia, en especial el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) para cobrar la afrenta de haberlo vigilado y grabado como candidato presidencial.

 

–No sirve para nada. Sólo se dedica a perseguir adversarios políticos –nos dijo una vez a un grupo de columnistas.

 

Ayuno de voluntad y de oficio políticos, Fox dejó correr la versión de negociaciones de su familia política para facilitar la fuga del capo.

 

Con Felipe Calderón tampoco le fue mal a El Chapo Guzmán.

 

Guzmán Loera se paseaba con plena libertad por prácticamente todo el país mientras él y su compadre Ismael El Mayo Zambada extendían su imperio por los cinco continentes.

 

En adición, el embate contra el crimen organizado se enfocó desde la extinta Secretaría de Seguridad Pública (SSP), de Genaro García Luna, al bando enemigo, el cártel de Los Zetas, del también extinto Heriberto Lazcano, El Lazca.

 

El Chapo tenía vía libre, lo cual no ha pasado con Enrique Peña.

 

Llegó con El Mayo en helicóptero oficial

 

La laxitud de los gobiernos panistas hacia Joaquín Guzmán Loera lo describe un testigo de primera.

 

Estudiaba en el Tecnológico de Monterrey y era compañero de grupo de un hijo de Ismael El Mayo Zambada, quien invitó a varios amigos para celebrar su cumpleaños en un rancho de su padre en la sierra mazatleca.

 

La cita fue para comer el viernes 19 de enero de 2001 por la tarde.

 

Después del cabrito y las carnes asadas, los muchachos oían música, bailaban y bebían cerveza cuando un ruido de helicóptero los distrajo y salieron a asomarse a ver de qué se trataba.

 

Efectivamente en ese momento aterrizaba en el jardín del rancho un helicóptero con insignias oficiales –tal vez haya alguna información en los archivos de la Procuraduría General de la República (PGR), de Arely Gómez–, al cual admiraban todos.

 

Se abrió la puerta y descendió un pasajero.

 

–Ah, es un amigo de mi papá –dijo el hijo de El Mayo Zambada en referencia a Joaquín El Chapo Guzmán y se regresó a la casa.

 

Si él no le dio importancia, sus amigos sí.

 

Pero no al recién llegado, sino al helicóptero.

 

Lo rodearon y el piloto se los mostró.

 

–¿No se les ofrece nada, muchachos?

 

–Sí –dijo uno de ellos-, se están acabando las cervezas.

 

–Pues vamos a traérselas –se ofreció el piloto, cerró la puerta y regresó media hora después con la remesa de cervezas.

 

Eso pudo hacer El Chapo con entera libertad en 2001 y años subsecuentes.

 

Ya no.

 

No lo pudo hacer después de fugarse el 11 de julio pasado ni lo podrá hacer en el futuro.

 

Estados Unidos no le dará esas facilidades.

 

Malova en la sucesión priista de Sinaloa

 

El miércoles próximo se firmará la carta donde prometerán lealtad y unidad interna los aspirantes a gobernadores de Sinaloa por el Partido Revolucionario Institucional (PRI).

 

Tal vez antes se oficialice la negativa de Jesús Vizcarra a ser candidato de unidad pese a tener todas las encuestas a su favor y menos enemigos a los enfrentados hace seis años, cuando lo derrotó Mario López Valdez, Malova.

 

Vizcarra tomó la decisión hace tiempo y la comunicó a varios amigos, entre ellos a Óscar Lara, quien de plano se abrió:

 

–Yo estaré contigo hasta el final. Pero si no vas, entonces le voy a entrar.

 

Y sí, ya figura en la lista de firmantes donde aparecen los senadores Aarón Irízar y Diva Gastélum, el diputado David López Gutiérrez, el ex diputado Heriberto Galindo

 

Ah, y Quirino Ordaz, a quien ven con tanta simpatía donde se toman las decisiones y desde la semana pasada se trabaja para crearle el mejor ambiente y asegurar el apoyo del gobernador López Valdez, quien prefiere a su secretario de Gobierno, Gerardo Vargas.